domingo, 23 de abril de 2017

Recuerdos de tiempos pasados


Entre 1973 (yo tenía nueve años) y 1978 (yo acababa de cumplir 14), viví con mi familia en Toluca, capital del Estado de México, donde cursé la segunda mitad de mi educación primaria y los primeros dos años de secundaria. Debió ser en 1975, cuando yo tenía once años y cursaba el quinto año de primaria, que hice un viaje a Nayarit con mi padre, que tenía una propiedad de 35 hectáreas en el municipio de San Blas a la que llamábamos ‘rancho’. Esto sucedió después de un conflicto muy serio entre mis padres que presenciamos mi hermana Mónica y yo, un evento muy traumático, vivíamos en el penthouse de un edificio de gobierno sede de un banco agropecuario del que mi padre era gerente general. Ese mal individuo debía tener en ese entonces 38 años de edad.

Pues nos fuimos mi padre y yo por carretera, saliendo de Toluca, en el centro del país hacia Tepic, en el Occidente, y llegamos a hospedarnos en un hotel céntrico en esa pequeña ciudad. El nombre de ese alojamiento era Fray Junípero Serra. Una empleada parecía conocer muy bien a mi papá, al grado que entraba en la habitación y se sentaba en la cama a platicar con él, con toda la familiaridad del mundo. Uno de esos días, por la noche, mi papá y yo pasamos por la casa de esa mujer, que tenía hijos de edades aproximadas a la mía y cuya madre quería que jugaran conmigo, y mi padre platicó unos minutos con ella en el umbral de su vivienda. Yo era un niño, pero tenía la suficiente inteligencia para darme cuenta de que había algo anómalo en esa situación, en que mi padre frecuentara a una mujer que le hablara con coquetería diciéndole: ‘ay Rafael, es que tú eres muy malo’.

Una vez que estuve de regreso en casa, se lo informé a mi madre y ella le reclamó a mi papá, que montó en colera y me encaró teniendo la ventaja de ser un hombre adulto enfrentándose con un niño. Parte de su discurso fue: ‘si yo anduviera pretendiendo a una mujer, tú no te ibas a dar cuenta`.
Ese fue uno de los eventos que se quedaron grabados en la memoria del padre que tuve. Años más tarde, cuando ya vivíamos en Guadalajara, siendo yo un adolescente, posiblemente de 17 años, el cerdo incestuoso me obligó a acompañarlo a su ‘rancho’ (ahora debía contar con unos 44 años) y me reclamó otra vez que le haya informado a mi madre años antes que él haya andado frecuentando a una mujer inmoral y buscona y yo no haya sido un idiota en ese momento en que era lo que a él le convenía, lo que servía a sus propósitos.

Yo jamás he sido un idiota, eso fuiste tú que no pudo evitar destruirse. Es una lástima que hayas arruinado a una familia en el proceso y hayas matado a tu hija menor. Púdrete en el infierno, pedazo de cerdo.

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