Más tarde me dirigiré a la empresa donde trabajo, bastante lejos de casa, para pasar ahí una larga jornada de nueve horas y media. Así de lunes a viernes, por lo cual, hay que encontrar poderosos estímulos para enfrentar ese esfuerzo considerable.
No es tanto la duración de la jornada lo que me angustia, sino el trato difícil con algunos compañeros, dos en particular, que tienen puestos de jefatura.
El primero es un pendejo al que me he referido en entradas anteriores, de 34 años de edad, que carece de toda hombría y virilidad y trata de compensar esas deficiencias con su habilidad para manipular a otras personas mediante chismes e intrigas. Cuando me encuentre con este remedo de alimaña, deberé recordar que no soy el único que lo detesta, pues de hecho tiene una fama bien ganada de víbora pérfida y traicionera a quien nadie respeta y todos evitan tener conflicto con él para no meterse en problemas, no por otra cosa.
Respecto a la tipa, anda por los 38 o 39 años de edad, muy mal llevados. Su piel es color oscuro, de cuerpo flaco e informe (quiero decir mal formada), se le cuelga la dermis de la cara, en particular la de la mejillas, y su fealdad se ve acentuada por su gesto hosco y hostil. La señora tiene una personalidad cáustica, es incompetente y su proceder lleno de desaciertos la hacen blanco de antipatías de la mayoría de las personas que tienen que tratar con ella, además de ser bien conocida por su arbitrariedad al tratar con el personal que tiene a su cargo.
Lo importante es que la directora del departamento es muy competente, no se deja llevar por chismes y conoce bien las limitaciones y la incompetencia de sus subalternos.
Respecto al individuo despreciable y pendejo al que me refiero en párrafos anteriores, puedo comentar que el pasado miércoles, salió del edificio donde trabajamos mi compañera Carmelita (que no está bajo las órdenes del pendejo ese) en compañía de Claudia (una compañera de recién ingreso, que sí pertenece al área que ese estúpido coordina) y entre frustrada y divertida comentó que el susodicho estaba enojado y no le dirigía la palabra. Entonces pensé que al baboso ese parecía estarle llegando el climaterio. Claudia regresó a la oficina y yo me quedé solo con Carmelita y le dije que el reverendo pendejo no estaba para ponérsele al tiro a nadie (refiriéndome a su actitud belicosa) y Carmelita respondió ‘es una nena’, a lo que yo añadí ‘es un marica’.
Ese individuo manipulador, maestro del chisme y la intriga, con su físico de alfeñique proyecta la imagen de un afeminado, que completa con su atuendo de petimetre, en un intento patético por proyectar la imagen de un ejecutivo importante.
Recordar todo esto debe ayudarme a no sentirme mal al iniciar mi jornada laboral y durante el desarrollo de la misma.
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