El horario es largo, nueve horas y media cinco días por semana, con una hora para comer. No gano mucho dinero, pero tomando en cuenta la pobreza en la que he vivido tantos años, cada 14 días vuelvo a ser un hombre rico.
Lo curioso del asunto es que gran parte del tiempo me siento mal por el ambiente que priva en la oficina, pues tengo muy cerca de mi lugar a compañeros de trabajo con muy malas características, y otros que se encuentran más retirados, se echan sus vueltas periódicas para venir a consultar al par de patéticas alimañas que tengo a mis espaldas.
De pronto recuerdo el empleo que tuve entre diciembre de 2004 y septiembre de 2005, en la maquiladora electrónica (en una de las empresas más representativas), en que trabajaba como operador (una ocupación denigrante), llevando pallets de producto del piso de producción al área de embarques, ganando 800 pesos por semana —y eso porque por trabajar de noche me pagaban seis horas extras—, rodeado de gente analfabeta, sumida en una pobreza no solamente económica sino también intelectual y moral.
En comparación, mi situación actual es muy buena, y sin embargo, no dejo de sufrir.
Esta semana no he salido a caminar con mis mascotas en la madrugada porque no ha dejado de llover y en cambio hoy, a las cinco horas, tomé mi bicicleta de carreras y la coloqué sobre los rodillos y pedalee cerca de 40 minutos. De pronto noto que he reducido el kilometraje y recuerdo que usando otro juego de rodillos, con un diámetro de los cilindros menor, la resistencia es mayor y por lo tanto es de esperar que la distancia disminuya, lo que no significa que el ejercicio no sea de provecho.
Desde hace cuatro años y nueve meses mi madre vive conmigo y esa buena mujer está a merced de mi furia, de mi resentimiento y de mis arrebatos de violencia. Creo que mucho de mi comportamiento difícil tiene que ver con el aislamiento en que vivo, con mi incapacidad para relacionarme con otras personas, con mi carencia de un círculo social, de amigos y de una pareja.
Hace algunas semanas rompí la comunicación y todo contacto con Laura, la psicóloga a la que consideraba mi amiga. Ella no ha hecho ningún intento por comunicarse conmigo y no tendría por qué hacerlo, excepto porque tiene un libro de mi propiedad, que me costó una suma de dinero considerable. Mañana 1 de septiembre se cumplirán cinco meses de que la vi por última vez. Es muy probable que jamás vuelva a verla. Parece triste, pero el interés por formar una relación de amistad no es mutuo.
Escuchando un programa de radio que conduce una psicóloga de edad madura, en el que tenía como invitada a otra psicóloga (joven) con especialidad en psicoanálisis, escuché que el perfil psicológico de una mujer que mantiene a un hombre es el de una persona muy dominante. En consecuencia, el hombre mantenido es un individuo dispuesto a someterse y algo muy importante, alguien para quien es muy importante cultivar su belleza.
De ahí ese narcicismo de mi cuñado Enrique, mantenido, vividor, remedo de padrote.
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