viernes, 4 de agosto de 2017

Un poco de historia, y otro aniversario de bodas de mi hermana Yolanda


Hace alrededor de 40 años, cuando yo era un púber, visité una vez a César en su casa en San Buenaventura, en la capital del Estado de México. César es hijo de Jorge, hermano de mi padre. En ese entonces vivía con ellos nuestro abuelo, de nombre Rafael. Mi primo me mostró una revista de nota roja que exhibía fotografías de gente asesinada con arma blanca u objetos contundentes como tubos o martillos. Mostraba rostros destrozados, desfigurados, obviamente cubiertos de sangre. Esa porquería se llamaba ‘Alarma’ y pertenecía a mi abuelo.

Yo la había visto antes, en unas canchas de squash en el club deportivo al que pertenecíamos (deben de haber pertenecido a algún empleado) y en la propiedad de mi padre en Nayarit, donde las compraba el administrador, a quien llamábamos ‘don Román’.

En esa época, mi abuelo Rafael tenía setenta y tantos años, pues había nacido en 1901. ¿Cuál era su intelecto, para comprar y consumir semejante basura?

A mi abuela paterna no la conocí, pues murió muchos años antes de que yo naciera y sin embargo, llegué a detestarla, pues mi padre hablaba de ella hasta el hartazgo, manifestando su complejo de Edipo. La vieja no solamente permitió que su esposo maltratara brutalmente —y como un verdadero sádico— a sus seis hijos (todos varones), sino además se sumó a la violencia e incluso a sus dos hijos menores (Renato y Jorge) los peinó en su temprana infancia como si fueran niñas, haciéndoles caireles y trenzas. Debió estar loca la tipa.

¿Qué clase de persona sería para haberse casado con un hombre con un intelecto tan pobre como para interesarse en ver ilustraciones de gente destrozada, y procrear seis hijos con él? Y respecto a mi padre, ¿su complejo de Edipo incluía un deseo sexual por su madre? ¿Hubiera querido tener relaciones sexuales con ella?

En diez días mi hermana Yolanda cumplirá 24 años de casada y esto viene al caso porque ese día, 14 de agosto se cumplirán 80 años de que Edipo vino al mundo, solo que murió hace nueve años y ocho meses. De los cuatro hijos, Yolanda fue la que más cerca estuvo de nuestro padre, la que más abusos cometió cobijada por él y su complejo de Edipo (que lo hacía ver en ella a su difunta madre) y la única que estuvo con él cuando murió.

Y volviendo al asunto de su matrimonio, 24 años son muchos, casi un cuarto de siglo.

En lo que tiene que ver conmigo, abordo el tema porque ella y su cónyuge viven atacándome, haciendo lo que mi maldito padre ya no puede hacer: vomitar veneno sobre mí a mis espaldas y hacerme responsable de todo lo que está mal en su vida.

¿Qué ganó mi padre haciendo eso? Su salud se deterioró hasta que su alcoholismo lo mató. Su hígado se deshizo y un día de diciembre de 2007 sobrevino un coma del que ya no salió. Pero durante muchos años, muchas personas (muy idiotas, de esas que casi no hay) me consideraron responsable de su autodestrucción, pensando que el sufrimiento de tener un hijo atroz le producía un dolor que solamente podía anestesiar con el alcohol. Ese montón de imbéciles no pudieron darse cuenta de que mi padre era un victimario, que yo vivía muy enfermo y en la pobreza y por supuesto no relacionaron la infamia de mi papá (su casa chica, tener hijos fuera del matrimonio) con una traición a su esposa, mi madre; ni se enteraron de que una vez atacó sexualmente a mi hermana menor (que después murió), trató de violarla.

¿Qué gana mi hermana Yolanda vomitando veneno sobre mí a mis espaldas? ¿Va a evitar la ruina haciendo eso? Su esposo nunca ha sido productivo simple y sencillamente porque no puede (no tiene ninguna preparación académica) y no quiere (tiene vocación de padrote, siempre le tiró a casarse con una muchacha rica). Sobra decir que yo no tengo ninguna responsabilidad en eso, dicho con palabras más claras, no es mi culpa.

Ese comportamiento de Yolanda y su esposo me ha lastimado terriblemente, más aun cuando ha involucrado a otras personas, como mi tío Paco, reverendo pendejo viudo de mi tía Susana, hermana de mi madre, fallecida trágicamente hace cerca de tres años.
El problema para Yolanda es que un cúmulo de mentiras, que sostienen un entramado de justificaciones, no puede funcionar indefinidamente.

Como tantas cosas, caen por sí mismas.

El mes pasado Yolanda cumplió 49 años y ya tiene problemas de salud asociados a la menopausia y su energía está disminuida para siempre. El cansancio se está presentando y poco a poco se hace evidente que no puede contar con su esposo para el sostenimiento de su familia y eso no va a cambiar. Conforme crecen sus hijos, observan cómo funciona un hogar tradicional en el que ambos cónyuges trabajan, y no pueden evitar comparar esa dinámica con lo que sucede al interior de su familia.

Irys Fernanda, mi sobrina menor, está cerca de concluir la primaria y cuando eso suceda tendrá la misma escolaridad que su padre. Cada día será más difícil seguir mintiéndole, y seguir engañándola.

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