viernes, 14 de julio de 2017

Ajuste de cuentas


Han pasado 19 años, cinco meses y 12 días desde aquel 2 de febrero de 1998 en que me fui de esa empresa de la maquiladora electrónica, asentada provisionalmente en la Zona Industrial, que un poco más tarde cambiaría de dueños y de denominación. Me fui porque el Cobarde Infame Alfeñique (a quien llamaré Cobai, pues esa palabra es un ‘composite’ de esos tres términos) me pegó por la espalda. El evento se convertiría en otra enorme caída, otro punto de inflexión en mi vida y ese hijo de puta sería la persona que más daño me habría hecho en mi existencia después de mi padre.

Vivo en la enfermedad mental en parte por mi herencia genética y en parte por la violencia en la que me crié desde mi más temprana infancia, pero no soy el tipo de persona que emata a otro ser humano, o de lo contrario habría terminado con la vida de ese malnacido hace muchos años. Y no es el miedo a perder mi libertad lo que me detiene. La verdad es que no sé qué es lo que me detiene.

Y si Cobai pensó que podía hacerme daño y salirse con la suya se equivocó total y absolutamente. Al recordar su comportamiento me doy cuenta de que ese marica no solamente es débil físicamente, sino también en su psiquis y su carencia de autoestima la suple con un narcisismo descomunal. Su estupidez le impidió darse cuenta no nada más de que no era más inteligente que yo, sino de que al darme motivos, al provocar mi furia me daba los elementos para propinarle golpes descomunales, golpes psicológicos, y eso fue lo que hice.

El pobre maricón los ha recibido sin hacer el menor intento por defenderse. Más bien fue su hermana menor quien trató de sacar la cara por él, haciendo un papel vergonzoso y ridículo.

¿Qué le pasó a Cobai? ¿Sigue en el país que lleva en su bandera las barras y las estrellas? Su esposa y sus hijos no volverán a verlo como un hombre jamás, pase lo que pase, y esto todavía no termina.

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