martes, 4 de julio de 2017

Destructividad y tener descendencia


Las hijas adolescentes de mi hermana Verónica la están pasando mal y su padre no puede con la responsabilidad. Esta es la manifestación de la tragedia, y con esto no me refiero a su muerte, acaecida hace once años, sino a nuestra existencia, la de tantas personas que nunca debimos venir al mundo, que somos el producto de una unión que nunca debió darse entre personas que no estaban aptas para tener hijos, que jamás lo estarían.

Pienso en Enrique, mi abuelo materno. El señor nació a principios del siglo XX y por vocación y porque la vida lo llevó a ello, se convirtió en obrero, sin hacer jamás un esfuerzo para superarse, para convertirse en algo más que eso. Sin embargo, contaba con un narcisismo descomunal y con su esposa Bértila tuvo muchos hijos, de ambos sexos. La mayoría llegaron a la edad adulta y muchos se casaron y tuvieron descendencia. Uno de sus hijos varones se quitó la vida teniendo poco más de treinta años. Treinta y tantos años más tarde, otra hija se quitó la vida de una manera muy extraña, ya anciana, saliendo a la calle y arrojándose al paso de los automóviles, al arrollo.

No sé si la enfermedad mental ha estado tan presente en los descendientes de esa familia por una carga genética, o por el ambiente tan miserable y ruin que Enrique y Bértila cultivaron para sus hijos. Tal vez se deba a ambas causas. Lo que me llama mucho la atención es la actitud de ese anciano que fue mi abuelo materno, que jamás tuvo la menor conciencia del daño tan terrible que le hizo a sus hijos y la carga de destructividad que dejó para quién sabe cuántas generaciones; su única herencia.

Hasta donde yo sé, en la familia de mi padre no ha habido suicidios, pero me parece que la destructividad es mayor. El alcoholismo ha hecho estragos junto con otras adicciones, y el odio de padres que se proponen destruir a sus hijos es regla, con hijos que le rinden culto a sus progenitores y aceptan la misión de destruir a su propia descendencia.

En mi familia nuclear, de cuatro hijos yo he sido el único que no tuvo hijos. Entre mis tres hermanas tuvieron siete hijos y al parecer ni Mónica, ni Yolanda ni Verónica tuvieron miedo jamás de la adversidad que sus hijos pudieran enfrentar. El mayor de mis sobrinos, hijo de Verónica está geográficamente lejos, pasándola mal en una época en la que los jóvenes enfrentan una tremenda desesperación. Las hijas huérfanas de Verónica viven con su padre que no tiene la capacidad de educarlas y sacarlas adelante y en lugar de ello quisiera deshacerse de ellas. La hija mayor de Yolanda cumplió 22 años en abril pasado y su vida va por muy mal camino, de lo que no se le puede culpar, teniendo un padre mantenido y vividor y una madre que la ha descuidado por cuidar a su cónyuge como si fuera un niño. Su otra hija, de diez años tiene muchas probabilidades de enfrentar una gran adversidad al observar tanta incongruencia entre la educación que recibe, y la realidad de su familia.

En lo que respecta a mi hermana Mónica, su comportamiento de lejanía, aislamiento y odio habla de un deterioro mental muy serio que crece con el paso del tiempo. Ella no necesita enfrentar golpes fuertes para caer en crisis, un revés leve es suficiente para ponerla al borde de la locura.

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