lunes, 10 de julio de 2017

Un cambio más en mi vida


A partir de hoy cambia mi horario de trabajo, asisto de 8:30 a 18:00 horas en lugar de 7:00 a 16:30. Este último parecía tener la ventaja de dejarme la tarde libre, pero esto era muy engañoso, pues al llegar a casa, le quedaban pocas horas al día porque tenía que irme a la cama muy temprano para levantarme al día siguiente a las 4:30 horas. Parecía como si el día tuviera menos horas, no me rendía el tiempo.

Hoy salí de la cama a las seis de la mañana habiendo terminado de dormir, pese a que me había acostado con una indigestión moderada y un desgaste físico más o menos acusado pues el fin de semana me ejercité en mi bicicleta de carreras sobre rodillos, habiendo hecho ejercicios con mancuernas el sábado y habiendo pasado alrededor de dos horas el domingo en la tarde en la azotea de mi casa echando cubetas de agua de lluvia.

De este cambio espero poder hacer mejor uso del tiempo, ejercitarme más y llevar una vida más apegada a la normalidad, pues levantarme de madrugada e irme a dormir a las ocho y media o nueve de la noche no era algo común, ni muy normal que digamos.

Mi vida va por buen camino y sin embargo se presentan rachas difíciles, como sucedió la semana pasada en la empresa donde trabajo debido a la mala actitud de un compañero. Su hostilidad era abierta, cobarde como sería de esperar de un individuo como ese, y no tengo idea de qué pudo haberla motivado. La verdad no debería preocuparme por un asunto como ese, y lo importante del caso es la cantidad de energía psíquica que gasto pensando en las posibles intrigas de ese individuo desprovisto de hombría y virilidad, incapaz de asumir una actitud valiente a quien todo mundo conoce como un corre-ve-y-dile, un patético maricón.

En casa tengo a mi madre en buen estado de salud, muy afectuosa, metida en sus actividades intelectuales y sus labores como la cocina y también me esperan mis mascotas, esas perritas que quieren amar y ser amadas. Por lo demás soy un solitario, sin amigos ni pareja, como sería de esperar de un inadaptado que a sus 53 años padece un trastorno límite de la personalidad, tiene ingresos bajos y carece de un patrimonio. Mi soledad no duele tanto y no sé si eso se debe a los medicamentos que tomo cotidianamente o simplemente he encontrado una forma de vida en la que prefiero la soledad a las turbulentas relaciones interpersonales. No sé cuántos años más voy a vivir ni cómo va a terminar mi existencia y nunca he sabido qué estoy haciendo aquí, pero como quiera que sea, ahora mi sufrimiento ha disminuido y en comparación con lo tormentosa que ha sido mi vida, ahora disfruto de mucha tranquilidad.

Y sin embargo sigo muy enojado y llevo dentro de mí mucho resentimiento.

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