lunes, 30 de enero de 2017

Cae la noche del lunes 30 de enero de 2017


En 17 minutos serán las 20 horas de este primer día de la primera semana del segundo mes de este año que comienza, en que cumpliré 53 años, la sexta década de mi vida, cuando finalmente he comenzado la etapa productiva de mi vida, bastante tarde.

Finalmente se depositaron los vales de despensa y fui a Wal mart a comprar el mandado, lo que hizo que mejorara un día que había transcurrido con un poco de incomodidad, pese a que en el trabajo había estado traduciendo un artículo médico, que es algo preferible a lo que hago normalmente: traducir archivos maestros de fármaco, bastante tediosos.

Durante las horas que estuve trabajando, entre las siete de la mañana y las cuatro y media de la tarde, pensé en mis hermanas Mónica (de mi edad, que vive en Katy, Texas) y Yolanda (que vive en Jalisco, cerca de Puerto Vallarta, cuatro años más joven que yo) y en el hecho de que con sus respectivos cónyuges, dos individuos despreciables, me han atacado, cometiendo una verdadera bajeza, pensando que soy inofensivo.

Las dos están al tanto de que hace cerca de nueve años, una psicóloga del sector salud aquí en el estado de Jalisco, se involucró sentimentalmente conmigo, y cuando se arrepintió de haberlo hecho, cometió un acto incalificable que incluso está tipificado como delito. Esta mujer inmoral procedió de esa manera porque pensó que yo era inofensivo, y lo que hizo tuvo consecuencias extremadamente graves, para ella. Estuvo muy cerca de terminar en una tragedia. No entiendo por qué tantas personas son tan idiotas para seguir pensando que no tienen nada que temer de mí.

Bueno, mi hermana Mónica me agredió en junio de 2003 junto con su esposo Jeffery Alan Jung. Mi hermana Yolanda me agredió junto con su esposo Enrique Manuel Cano Hernández. El par de hienas creen que pueden vivir sus vidas muy quitadas de la pena y que lo que hicieron no va a tener consecuencias.

Muy pronto se van a dar cuenta de lo equivocadas que están.

Mi padre, su carácter sádico, su cobardía y su homosexualidad latente


En 34 minutos habrá concluido el primer día laboral de esta semana que comienza hoy, el penúltimo día del primer mes del año 2017. Me encuentro muy molesto porque en la empresa donde trabajo no me han depositado los vales de despensa y eso es una irregularidad bastante seria. En las horas de la mañana y lo que va de la tarde, he pensado también en mis hermanas Mónica y Yolanda, en el hecho de que las dos están muy enojadas conmigo porque les he devuelto los golpes que me han asestado. He escrito sobre ellas, particularmente sobre sus cónyuges, sobre el par de hijos de puta con que se casaron; resulta muy curioso que el par de cabronas quieran pegarme, pero no quieran que yo me defienda, que les devuelva los golpes.

Pienso mucho también en mi padre, en el hijo de puta que era y en el hecho de que todo lo hizo mal, de plano no daba una y se la vivía defecándola por todas partes. Recuerdo mucho que era profundamente homofóbico y al mismo tiempo tenía una fijación con otro hombre al que decía querer como a un hermano, con un amigo compañero en la Escuela Nacional de Agricultura y Ganadería ubicada en Texcoco, en el Estado de México, mejor conocida como Chapingo. El nombre de ese amigo era Luis Martínez Villicaña. Este señor obtuvo cuadro de honor durante los seis años de su generación (1956-1962) y la adoración que mi padre le profesaba rayaba en la homosexualidad. Yo lo escuché decirle “porque te quiero”. Pinche viejo puto.

Pues bien, ese señor, Luis Martínez Villicaña, tuvo a mi padre como “socio” en un negocio (con dinero que Martínez Villicaña le había robado al erario, como buen político ratero) que intentaron a principios de la década de los ochentas, cuando en realidad era su subalterno, su gato, y en sus discusiones, en que mi padre trataba de revelarse (Martínez Villicaña era en aquel entonces Secretario de la Reforma Agraria) ese corrupto ratero le decía: “Rafael, dime que sí”, humillándolo, denigrándolo, pisoteándolo. Nada más faltó que el pendejo que tuve por padre le besara los huevos. Unos días más tarde, mi papá, en la sala de mi casa, trató de violentarme diciéndome las mismas palabras, diciéndome: “Rafael” —mi segundo nombre, me llamo Oscar Rafael— “dime que sí”. No, pinche viejo abusivo y maricón, tú no eres Luis Martínez Villicaña y yo no soy Rafael Madrid Escobedo, el alcohólico abusivo homofóbico con una homosexualidad latente. Chinga tu madre, aunque sea mi abuela.

¿Por qué no le dijo Mónica, mi hermana a su esposo Jeffery Alan Jung que nuestro padre era todo eso? ¿Por qué no le dijo que era un depravado que padecía el complejo de Edipo y que incluso había tratado de violar a una de sus hijas? Mis hermanas Mónica y Yolanda han elegido odiarme a mí en lugar de a nuestro padre, que era un defecador.

Mis hermanas Mónica y Yolanda también son unas defecadoras.

domingo, 29 de enero de 2017

Consulta en psiquiatría, 2ª parte


El viernes anterior, 20 de enero, había ido a la misma institución, a laboratorio, para que me tomaran muestras de sangre para biometría hemática, química sanguínea y perfil tiroideo (descartar hipertiroidismo, aunque con mi sobrepeso sería de esperar más bien que tuviera hipotiroidismo), y el miércoles, Edith, la joven residente que me atiende, al ver los resultados de los análisis, me dijo que todo había salido excelentemente bien, algo poco común en un hombre de mi edad.

Para mí esto es mucho más importante de lo que parece. Desde que llegué a la adolescencia, hace ya casi cuarenta años, comencé a disciplinarme en lo referente a la actividad física y a mi alimentación (siempre con la oposición sistemática del pendejo hijo de puta que tuve por padre, que en este momento se pudre en el infierno). Antes de la pubertad me dio por saltar la cuerda y unos años más tarde comencé a correr en la calle. Muy rápidamente esto se convirtió en algo muy serio y de la mano vino la disciplina en mi alimentación. Hasta la fecha, como avena todas las mañanas, no como azúcar, evito todo tipo de grasas saturadas, no abuso del alcohol, como ensalada todos los días y pocas carnes rojas. Si bien es cierto que tengo sobrepeso, esto no es evidente y en cambio puedo hacer esfuerzos que muchos hombres mucho más jóvenes que yo no son capaces de realizar. En mi país, el sobrepeso y la obesidad son endémicos de la mano con la hipertensión arterial y enfermedad cardiaca y muchos otros padecimientos.

Durante unos ocho años, fui un atleta serio, traté de convertirme en un corredor de medio fondo pero no tuve mucho éxito porque la naturaleza no me dio buenas dotes para eso. Debido a lesiones por correr en superficies duras (propias de la carrera a pie), comencé a ejercitarme en una bicicleta de diez velocidades y con el paso del tiempo me convertí en un ciclista, que es mi deporte hasta la fecha. La actividad física se convirtió en un mecanismo de evasión, pero me mantuvo lejos del alcohol y de las drogas y es posiblemente lo más afortunado que me ha pasado en mi vida.

De paso quisiera decir que he observado a compañeros de trabajo que se van a laborar sin desayunar y en el transcurso de la mañana salen a almorzar tacos de barbacoa o algún tipo de carne, siendo muchos de ellos profesionistas. ¿No saben el daño que se están haciendo? ¿Por qué una persona como yo, padeciendo un trastorno psiquiátrico grave ha tenido tanto éxito en el cuidado de su salud y ellos cayendo dentro de la normalidad se dedican a hacerse daño?

Al salir del consultorio, Edith me felicitó de una manera muy efusiva. He hecho poco con mi vida, pero no soy un fracasado ni lo parezco. Las cosas rara vez son lo que parecen.

Consulta en psiquiatría, miércoles 25 de enero


El pasado 25 de enero tuve cita en psiquiatría en la institución pública donde me atienden y como sucede siempre, el ingreso al hospital, hacer cola para pagar y esperar mi turno fue un verdadero fastidio por mis características de misantropía, porque detesto tener gente a mi alrededor, gente jodida, desarrapada, tonta, ignorante, con un muy mal aspecto, etc., etc.

Al llegar al piso más alto del edificio donde se encuentra psiquiatría, después de entregar mi tarjetón en la ventanilla correspondiente me dirigí al baño porque necesitaba orinar y me encontré que había agua para lavarme las manos, pero no había jabón ni toallas de papel, algo característico de un país tercermundista. Después de unos minutos sentado en una silla de aluminio, rodeado de gentuza, salió una enfermera bonita, pulcra, de aspecto muy agradable y dijo mi nombre en voz alta. Yo levanté la mano y me puse mis lentes. Salí a su encuentro y la seguí. Ya adentro, ella me explicó que me iba a tomar la presión, a medir mi estatura y a pesarme. Me quité el suéter y esta bonita joven, de nombre Diana Mariscal me tomó la presión y después me pesó y me midió. Mientras lo hacía me comentó que ya me había buscado antes y le informé que había ido al baño. Me preguntó entonces qué libro estaba leyendo y le respondí que una novela de un escritor argentino. “La noche de la usina” de Eduardo Sacheri. Fue de lo más agradable tratar con una persona tan bonita en medio de gente tan jodida y tan dada a la chingada.

Sé que todo esto suena terrible, el desprecio con el que me expreso del prójimo, de mis conciudadanos, pero la verdad encuentro peor mentir y convertirme en un hipócrita y decir que estoy muy orgulloso de ser mexicano y una sarta de mentiras. Me parece que la realidad terrible de mi país tiene mucho que ver con una sobrepoblación que no tiene ninguna justificación. Hasta donde yo sé, somos alrededor de 120 millones de mexicanos y eso es una cifra monstruosa. ¿Cómo se puede explicar que hayamos llegado a ser tanta gente? ¿Qué pasa por en la cabeza de tantísimas personas, que carecen de los medios para si quiera procurarse una vida digna a sí mismas como individuos y se ponen a traer hijos al mundo? Sé muy bien que es una realidad tremendamente compleja y en eso tiene mucho que ver la religión, el segmento del cristianismo compuesto por la iglesia católica, posiblemente la institución más nefasta que ha existido en toda la historia.

Hoy hablé por teléfono con Ariadna, una psicóloga joven, muy inteligente, bien preparada y muy competente y le comentaba que salgo de casa muy temprano para ir a trabajar y por lo regular checo la entrada unos veinte minutos antes de la hora. Lo hago así para tomar el camión como a las seis de la mañana porque si lo hago unos minutos más tarde ya va mucha gente a bordo y eso me pone de malas. La presencia de otras personas a mi alrededor me enferma, más todavía su comportamiento. Quisiera que en mi país tuviéramos una población de unos cuarenta millones de habitantes, compuesta por gente alfabetizada que comprendiera la importancia de la buena salud, que no consumiera comida rápida ni chatarra, que no tomara refresco ni abusara del alcohol, que le interesara la política y estuviera dispuesta a esforzarse y no confundiera el deporte con sentarse como idiota en un sillón a ver el futbol engordando y poniéndose como cerdo, que comprendiera lo que es la concentración de la riqueza en pocas manos y qué se puede hacer para evitar que existan los monopolios, en fin, todo eso.

¿Por qué el individuo se convierte en ateo? Porque Dios no existe.

lunes, 23 de enero de 2017

Cumpleaños de mi madre y las diferentes actitudes de sus tres hijos


Hace 75 años nació Yolanda, mi madre, en la ciudad de Pachuca, capital del estado de Hidalgo. Ahora septuagenaria, mi Osito tiene tres hijos vivos, de los cuales sus dos hijas mujeres tienen hijos, y un total de siete nietos: dos hijos de Mónica, dos hijas de Yolanda y tres hijos (un varón y dos niñas) de Verónica, que en paz descanse.

La vida de mi madre no ha sido fácil, pues sus padres fueron personas con muy poca humanidad, pobres en todos aspectos, incapaces de amar a sus hijos y darles una oportunidad en la vida. Debido a las carencias afectivas con las que creció, se casó y tuvo hijos con un mal individuo, que le arruinó la vida y estuvo muy cerca de matarla. Afortunadamente esa historia (la de mi horrendo padre) ya terminó hace nueve años, en diciembre de 2007.

Al día de hoy, Mónica y yo tenemos 52 años de edad, aproximándonos a los 53, que cumpliremos en tres meses, y Yolanda tiene 48 años. Mi actitud hacia mi madre, a la que llamo con mucho cariño “mi Osito Dormilón” es de gratitud y amor, si bien la convivencia con ella es difícil sobre todo por mi trastorno de personalidad, que me provoca que pierda la paciencia y me enoje con ella con mucha frecuencia, pero le demuestro el cariño que le tengo dándole lo que puedo de acuerdo con mis ingresos (que si bien no son cuantiosos, sí me mantienen económicamente estable) y obsequiándole libros (novelas principalmente) y revistas de historia durante todo el año y diferentes artículos que satisfagan algún tipo de necesidad o deseo.

Mi hermana Yolanda está metida en una muy mala relación con un sujeto del que creo no es necesario comentar nada más, pues le he dedicado bastantes entradas en este blog, y eso la mantiene en una situación difícil en lo económico; no obstante, en fecha reciente le envió dinero a nuestra madre como obsequio de cumpleaños. Yolanda se ha mantenido bastante alejada de nuestra madre desde hace meses (desde finales de septiembre) por el conflicto motivado por el veneno vertido por su esposo y las intrigas que este ha fabricado, que es para lo único que sirve y para lo cual cuenta con un talento innegable.

La situación con mi hermana Mónica es diferente. Ella parece vivir presa de un resentimiento y un odio que no tienen una explicación racional, pues si bien tuvo una infancia, una adolescencia y una temprana juventud difícil por pertenecer a una familia muy disfuncional, la adversidad que tuvo que enfrentar fue mínima, comparada con la que me tocó a mí y la que mandó prematuramente a la tumba a nuestra hermana Verónica.

Mónica sigue estando bajo el control mental de su esposo gringo, un individuo muy religioso que encuentra una enorme satisfacción en manejar a su esposa, la madre de sus hijos, como una marioneta carente de cerebro.

Le pregunté a mi madre vía whats app si le habían llamado Yolanda y Mónica y me respondió que la primera sí, y la segunda no. Imagino que Mónica podría llamar durante el transcurso del día, pero la verdad dudo que lo haga.

Y su comportamiento, su amargura, su rencor y su odio me llevan a pensar que Mónica está mucho más enferma que yo, lo que no sé es si esto tiene una base sólida (porque se basa más en sentimientos que en información) y me pregunto si en algún momento la salud mental de mi hermana gemela podría colapsarse como me sucedió a mí en 1995, a los 31 años de edad, una época que recuerdo como la más terrible de mi vida.

Lo que sí sé es que a Mónica alguna vez la quise y ese sentimiento ha desaparecido para siempre.

viernes, 20 de enero de 2017

De violencia, salud mental y tener descendencia


Y con lo expresado en la entrada anterior, no quiero decir que los pobres no tengan derecho a tener hijos, o que quienes no son pobres tengan un derecho mayor a tenerlos.

El padre que tuve nació en una familia de seis hijos (él fue el cuarto de seis hijos varones) en la que los recursos no eran abundantes, y pese a haber quedado huérfano a los 13 o 14 años estudió ingeniería en una universidad pública y logró bastante profesionalmente. De la mano vino un éxito económico, que si bien no fue espectacular, es digno de tomar en cuenta.

Mi padre fue un hombre terrible que trajo cuatro hijos al mundo (un varón y tres hembras) y a los cuatro les arruinó la vida. Mi madre fue una buena mujer que también provenía de una familia humilde, siendo hija de un obrero, y lo que tenía en común con mi padre es que sus progenitores eran gente que carecía de una buena salud mental y eran personas destructivas.

Mi madre cometió errores en la crianza de sus hijos y cerró los ojos ante el hecho de que estaba casada con un mal individuo, pero con el paso del tiempo, ha aflorado en ella la esencia de lo que es: un buen ser humano. En contraste, mi padre dio rienda suelta al odio que albergaba contra todo lo que se movía, contra todo lo vivo y lastimó a sus hijos (lo considero responsable de la muerte de Verónica, mi hermana menor, hace 10 años), lastimó aún más a su concubina y a los tres hijos que tuvo con ella (cuando murió casi los dejó en la vil calle) y acabó destruyéndose a sí mismo.

No quiero generalizar y decir que así son todas las personas, o la mayoría, pero sí creo que muchísimas personas (independientemente de su nivel económico) no tienen la salud mental para procrear y harían bien en abstenerse de tener descendencia, o por lo menos en retrasar el inicio de la paternidad.

En mi juventud cobré conciencia de que tenía pocas probabilidades de convertirme en un hombre productivo y ganar el dinero suficiente para enfrentar las responsabilidades de un padre de familia, y al mismo tiempo, me di cuenta de que había llevado una vida plagada de violencia y el daño que ello me ocasionó había hecho de mí un candidato perfecto para no tener hijos jamás, pues de hacerlo los violentaría terriblemente y habría sido muy difícil evitarlo.

Estas condiciones adversas son de lo más comunes, y cabe la pregunta ¿por qué tantas personas no se detienen a pensar en todo esto y en su lugar forman vínculos con la intención de procrear y tener hijos, haciendo su contribución a un problema gigantesco que por su magnitud parece no tener solución?

De misantropía, detestar al prójimo y sobrepoblación


En septiembre de 2016, fui a consulta psiquiátrica en la institución pública donde recibo la atención, y la joven que me atiende me dio cita para el 25 de enero de 2017. También me mandó a laboratorio para análisis clínicos y se me asignó cita para hoy, 20 de enero. Por esa razón llegué a mi trabajo tres horas más tarde de lo habitual.

El día comenzó bien, pues dormí una hora más que de costumbre, salí de la cama después de las 5:30 a.m. A diferencia de como hago todos los días, no bajé a la sala a tomar café con pan para después comer avena porque necesitaba acudir en ayunas a la cita para exámenes de laboratorio. Salí de casa a las 6:40 horas pero el camión tardó mucho en pasar y llegué al hospital como a las 7:20. La cola avanzó con bastante rapidez y antes de las 9:00 horas ya me habían tomado las muestras de sangre y me hallaba listo para dirigirme a mi trabajo.

Ese hospital es una buena institución, los servicios de salud son de muy buena calidad y la atención es eficiente, y sin embargo, acudir en muchas ocasiones me resulta un verdadero fastidio. Me sucede lo mismo en todas partes donde hay una alta concentración de gente, me sale mi faceta de misántropo, detesto a la mayoría de las personas y el hecho de que tengan mal aspecto —por una combinación de pobreza, mala salud, ignorancia, genética, raza, etc.— no disminuye el desprecio que siento por ellas y la furia que me despiertan.

Sé que todo esto suena terrible, pero no le veo ningún caso a mentir al respecto. De hecho creo que muchas personas son como yo, pero no lo admiten, ni siquiera ante sí mismas. Algo que me ha molestado desde hace muchos años, desde mi temprana juventud es la explosión demográfica, el hecho de que la población crezca tanto y de una manera tan acelerada, y entre más jodida y dada a la chingada está la gente, mayor es su interés y su determinación por tener hijos, por “criar una familia”.

Entre las vivencias más importantes de mi vida difícil está haber trabajado como operador (eufemismo de la palabra obrero) en dos empresas de la maquiladora electrónica, y una de la maquiladora metal-mecánica en la primera década del siglo XXI, en mis tempranos años 40s. Parece innecesario decir por qué fue una experiencia difícil, pero resulta inevitable. Yo tenía estudios de ingeniería (si bien inconclusa), dominaba el idioma inglés (lo leía, lo escribía y lo traducía) y contaba con una formación académica muy sólida y por estas razones, el trabajo de operador resultaba denigrante. Agreguémosle un salario miserable, condiciones de trabajo muy precarias, estar rodeado de gente de un nivel intelectual, económico y moral extremadamente bajo (si bien había excepciones) y mi trastorno límite de la personalidad y el resultado era una pesadilla de la que no fue posible despertar, que con mucha frecuencia se conviertió en un verdadero infierno.

Pues bien, en la maquiladora electrónica la mayoría de mis compañeros de trabajo (también operadores) eran gente joven. La escolaridad era secundaria (aunque el nivel real de muchos de ellos no llegaba a primaria, pues eran analfabetas funcionales incapaces de entender lo que leían, escribían con mucha dificultad y carecían de conocimientos básicos de aritmética) y a muchos de ellos les pregunté por qué quedarse con esa escolaridad; no había respuesta. La pregunta parecía tan innecesaria y tan absurda que no se molestaban en contestar. Los que sí lo hacían repetían la cantaleta “no me gustó estudiar”.

No he tenido la posibilidad de viajar y no conozco el extranjero, de hecho casi no conozco mi propio país. Sin embargo, me he enterado de que México fue el único país de Latinoamérica donde hubo mestizaje. El resto de América Latina está poblado por sectores de gente de raza blanca que coexisten con indios y minorías raciales y hasta donde yo sé, los países de esta región del continente donde la sobrepoblación es verdaderamente grave son dos: México y Brasil.

En mi país existen los poderes fácticos, uno de los cuales es Televisa, la inmunda empresa que ha contribuido a empobrecer a México económica, moral e intelectualmente con la basura que transmite y aliándose al poder (la mayor parte del tiempo el Partido Revolucionario Institucional [PRI]), y ha alcanzado un poder económico y político gigantesco por la cantidad de gente que sintoniza sus transmisiones, que en su mayor parte son auténtica basura.

Me parece que la única explicación razonable para este fenómeno es la pobreza, sobre todo intelectual y moral de una gran parte de nuestra población, y sin embargo, esto no me ayuda a comprender cómo es que tantos individuos carecen de la mínima inteligencia como para hacer un raciocinio simple, preguntarse ¿de qué medios dispongo para vivir? ¿Soy autosuficiente? Si la respuesta es afirmativa, ¿cuál es mi calidad de vida en relación con los medios económicos de que dispongo? Si estos existen, ¿cuántos hijos puedo procrear? El sufrimiento de millones de personas en mi país es muy severo, y el de otros millones es extremo. ¿Por qué no conciben la idea de no traer hijos al mundo para evitarles un sufrimiento enorme que no tendrán ninguna posibilidad de superar?

lunes, 16 de enero de 2017

Individuos muy narcisitas que me han hecho daño, un nuevo enfoque


En la entrada anterior me referí a cuatro individuos del sexo masculino que me hicieron daño y que tienen como rasgo en común un narcicismo muy patológico.

Ellos son: mi padre Rafael; David, el “amigo” que me pegó por la espalda y me arruinó; Jeffery, esposo de mi hermana Mónica; y Enrique, esposo de mi hermana Yolanda, si bien este último no ha sido más que un fastidio, es tan poquito que se asemeja a una cucaracha, un insecto repulsivo, pero no peligroso ni especialmente dañino. Lo menciono simplemente como un ejemplo de la porquería que aparece en la vida de un enfermo mental, una y otra vez.

Para exponer la idea que tengo en mente quisiera hacer primero una analogía, poner como ejemplo a un individuo pendenciero y cobarde (de los que hay en abundancia) que quiere dárselas de muy rudo, temible, pero sabe muy bien que no es apto con los puños y que no se necesita ser un gran peleador para romperle el hocico. Entonces su pretensión de ser muy cabrón resulta bastante absurda. Esto lo llena de frustración y de rabia impotente e intenta resolver su problema buscando a un adversario al que resulte fácil vencer, alguien a todas luces muy débil. Sobra decir que probar las fuerzas con alguien más débil es una cobardía del tamaño del mundo.

El individuo débil he sido yo, y lo expuesto en el párrafo anterior es una analogía porque físicamente no soy débil, he hecho deporte desde la adolescencia y soy más o menos apto con los puños. Sin embargo, mi patología (muy grave, como me dijo Fabiola, la dama que fue mi psiquiatra) dio lugar a que llegara a la edad adulta y me encerrara en mi habitación y planeara trabajar, pero por razones bastante complejas, nunca lo conseguí. Llegué a tener más de 30 años sin nunca haber tenido un empleo y sin ganarme la vida. A los 33 un individuo al que consideré mi amigo me contrató para un buen puesto y al poco tiempo me echó a la calle, y ese individuo, David Iturbe es uno de los cuatro infames que menciono en un párrafo anterior. Los siguientes años fueron una pesadilla, que frecuentemente se convirtió en un verdadero infierno y muchas veces me puso al borde del precipicio.

A lo que quería llegar es que, cuando algún individuo del sexo masculino comenzaba a tratar conmigo (haciendo amistad o algo parecido) observaba mi incapacidad para llevar una vida productiva (yo vivía con el estigma de mantenido, algo que me provocaba un sufrimiento tremendo) y decidía probar sus fuerzas conmigo, midiéndose conmigo, considerándome débil por mi improductividad y seguro de salir vencedor de la contienda. El hecho de que yo contara con un buen cociente intelectual (que se notaba en mi discurso, en mi nivel de conocimientos y en mi cultura general), que hubiera sido un buen deportista (se notaba en mi físico, entre otras cosas) servía a estos individuos como acicate para demostrarse a sí mismos que eran superiores a mí.

Tengo la intención de describir los actos de estos cuatro individuos en entradas futuras, pero por ahora quisiera aclarar que con esto no busco seguir con mi obsesión, hurgando en las heridas, cultivando el dolor, sino llegar a entender una de las muchas facetas negativas del ser humano y ver a esas personas como gente digna de lástima. En este momento no puedo sentir eso por ellas porque lo que me hicieron todavía me duele mucho, pero espero ser capaz de contemplarlas con ese sentimiento en un futuro más o menos cercano, y cuando pueda sentir lástima por ellas, me habré recuperado.

Insight


¿Qué significa la palabra inglesa ‘insight’? Según yo, la comprensión a fondo de un problema.

En fecha próxima iré a consulta en psiquiatría en la institución pública donde recibo la atención y se me ha ocurrido preguntarle a Ivette, la residente de psiquiatría que me atiende, qué sucedería si dejara de tomar los medicamentos que componen el tratamiento para el trastorno de la personalidad que padezco (límite, también conocido como borderline), esto es, si dejara de tomar el antidepresivo (fluoxetina), el antipsicótico (risperidona) y el estabilizador del estado de ánimo (valproato de magnesio).

Esta idea surge del hecho de que ya tengo cinco años y medio con este tratamiento y probablemente pudiera prescindir de él. Con esto no quiero decir que me he recuperado ─creo que todavía estoy muy lejos de eso─ sino que pese a no estar bien, ese tratamiento farmacológico pudiera no ser necesario. Este coctel tiene una razón de ser, pero también tiene efectos colaterales, como un considerable aumento de peso (87 kilos en este momento) y cansancio crónico, lo que me coloca en un catch-22: tengo sobrepeso como efecto colateral de uno de los medicamentos, y el cansancio que me provocan dificultan que haga más ejercicio, lo que me impide aldelgazar.

Al decir que no me he recuperado me refiero a las crisis que se presentan con cierta regularidad. El año que acaba de terminar sucedieron dos: la primera en fecha próxima a mi cumpleaños número 52, en que ─como me ha sucedido muchas veces desde hace muchos años─ sentí que mi situación laboral debería ser mejor, que haberme visto privado del trabajo durante tantísimos años ocasionó pérdidas gigantescas, algo equiparable a una mutilación, que es para siempre; la segunda se dio el 1 de diciembre, que se conmemoró el día del químico en la empresa donde trabajo y a mí se me excluyó. Parte de esto fue la estupidez y la incompetencia que caracteriza a una compañera que ocupa un puesto que se llama “supervisora de aseguramiento de la calidad por diseño” o no sé qué diablos, que con su tontería y su incapacidad para pensar un poquito y hacer razonamientos elementales acabó por consolidar la exclusión de que fui objeto. La tarde de ese día fue una pesadilla, a pesar de que hablé con una psicóloga de un centro de intervención en crisis (vía telefónica), pero gracias a mi jefa directa logré salir de la crisis, ya en la noche.

Otro incidente que no provocó crisis pero sí mucho malestar fue el que se dio con mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi mamá, y padre de mis primos Paco, Susana y Andrea. Este señor, ya anciano, me agredió de una manera muy fuerte cuando yo le llamé por teléfono para plantearle una situación que se había dado con su hija Susana, mi prima. El incidente está descrito en una entrada anterior en septiembre de 2016 y no creo que haga falta volver sobre lo mismo.

Lo anterior tiene relación con la labor ruin de mi hermana Yolanda y su esposo Enrique, el padrote mantenido y vividor con el que ha estado casada durante 23 años, que han vomitado veneno sobre mí a mis espaldas como hizo nuestro infame padre y esas acciones junto a las de idiotas como mi tío Paco y similares, que no cuestionan lo que se les dice y creen cualquier cosa que se les diga de otras personas sin detenerse a pensar que lo que están escuchando podría no ser cierto, me provocan mucho sufrimiento psíquico, pues soy tremendamente obsesivo. La verdad no creo que los medicamentos tengan ningún efecto a este respecto, muy probablemente no.

Como otro ejemplo de obsesividad quisiera mencionar lo que sucedió el viernes pasado, en que la antes mencionada supervisora del aseguramiento de la calidad por diseño dio la orden de que (yo) corrigiera un archivo que había sido devuelto de Regulación Sanitaria sin una justificación. Yo no corrijo algo que está bien, porque eso es un absurdo. Mi jefa directa no me dijo nada y se dio a la tarea de modificarlo ella misma. Entonces la supervisora en cuestión preguntó por qué no lo estaba haciendo yo y mi jefa (una persona de lo mejor) le doró la píldora.

Pasé el fin de semana completito pensando en cómo comunicarle a la directora de mi departamento esta situación y aclararle que yo obedezco órdenes siempre y cuando sean lógicas, correctas y tengan sentido, que no estoy dispuesto a obedecer órdenes que constituyan una aberración (como corregir algo que está bien). Hoy lunes pensé muchas veces en hablar con la directora o en comunicarle lo que pienso por escrito, y no hice nada.

Pienso que muy probablemente me estoy preocupando por nada y lo mejor sería dejar el asunto pendiente o acometerlo en fecha próxima, sin prisa.

Otro motivo de preocupación es lo mucho que me enojo con mi madre, ya anciana, que en una semana cumplirá 75 años. Mis arranques de furia le provocan mucho malestar y eso no es justo para ella, que me atiende con tanto cariño y que se ha convertido en una abuelita bellísima, por dentro y por fuera. Me parece que necesito una terapia racional (que debo desarrollar yo mismo) en la que ponga bajo la lupa (o el portaobjetos) cada asunto y lo analice, con la intención de percibirlo en su justa dimensión, sin permitir que pequeñeces adquieran proporciones enormes.

Uso una red social (en la que me limito a leer, casi nunca escribo) de nombre Quora. Hoy leí sobre una pregunta: ¿cómo lidiar cuando has sido utilizado por un narcisista? Este término se refiere a una persona con un narcisismo patológico. Entonces descubrí algo: soy una víctima (eso ya lo sabía) y he sido blanco de personas con un narcisismo muy patológico que me han escogido para probar sus fuerzas, convencidos de que son más fuertes que yo y eso les asegura la victoria. Es el caso con mi padre, que además era un sádico (e increíblemente pendejo); es el caso con David, el individuo que me hace 19 años (en enero de 1998) me pegó por la espalda y me arruinó; es el caso con Jeffery, el esposo de mi hermana Mónica que hace 13 años y medio la utilizó como a una marioneta descerebrada para atacarme sin que yo le diera ningún motivo; y es el caso de Enrique, el esposo de mi hermana Yolanda, cuya patología es tan grave que quiere ponerse por encima de mí siendo un analfabeta funcional, un iletrado, sin estudios y además un lacra que vive con el estigma de ser mantenido por una mujer. Este último es el más pendejo y el más insignificante.

Tengo intenciones de analizar cada uno de estos casos en entradas futuras en este blog y la idea es encontrar la manera de superar mi patología y dejar atrás todo este sufrimiento, de hacer las paces con mi pasado y poder mirar hacia adelante.

miércoles, 11 de enero de 2017

11 de enero de 2017, analizando mi malestar en relación con mi patología y el modo como vivo


De pronto cobro conciencia de que tengo poca autoestima, lo que podría explicar por qué soy tan sensible a los comportamientos de hostilidad o de agresión de otras personas.

Desde hace semanas, o meses, me he sentido inseguro al desempeñar mi trabajo, pensando que muy probablemente estoy cometiendo errores (no muy serios) en los términos técnicos de los documentos que traduzco y la solución a ello es muy obvia: capacitarme, estudiar.

A finales del año antepasado, es decir 2015, decidí estudiar lo básico de química analítica y me quedé en el principio, por alguna razón no seguí haciéndolo y ahora, comenzando el 2017, con mayor conciencia de los conocimientos que necesito para un desempeño más eficiente, la tarea parece más probable y a la vez más fácil.

La materia no es del todo nueva, pues estudié ingeniería electrónica, lo que conlleva la comprensión del átomo y sus componentes, los protones y neutrones en el núcleo y los electrones en la periferia.

Ponerme a estudiar le da rumbo a mi vida y al mismo tiempo puede dar como resultado que gane autoestima porque así dejarán de intimidarme compañeros de trabajo mucho más jóvenes que yo que sí egresaron de licenciaturas como ingeniería química (algo muy impresionante) y no se quedaron truncos, como yo. Por supuesto que yo no pretendo estudiar la licenciatura en esa ingeniería, sino adquirir conocimientos para hacer mi trabajo robustece mi nivel intelectual, que la verdad no es malo.

Por otra parte, he vuelto a identificar el modo como me provoco malestar a mí mismo cuando me encuentro en una situación que me resulta difícil enfrentar, así sea algo tan sencillo como que se me ponche una llanta de mi bicicleta.

Bueno, primero tengo que admitir que la mecánica no es lo mío y soy extremadamente torpe con todo lo que se relaciona con esa disciplina. En las últimas semanas se han perforado repetidamente las cámaras que he puesto en la llanta delantera de mi bicicleta de carreras, y pensé que eso se debía a que la llanta que estaba usando ya estaba muy gastada. Indudablemente esto último es un hecho, pues la compré hace muchos meses. Pero lo que sucedió es que una corbata que puse debajo de la llanta se rasgó y al expandirse la cámara por la alta presión de inflado (120 psi) y rozar la corbata en cuestión, acaba por perforarse. El viernes pasado compré una llanta nueva (Continental, marca alemana, maquilada en China) y hasta ayer martes me decidí a montarla. Para ello quité la llanta frontal y también la llanta trasera para ponerla en el rin delantero y colocar la llanta nueva en el rin trasero. Mientras ejecutaba esta tarea (que se me complicaba por mi torpeza con las manos) pensaba en situaciones frustrantes (la mayoría con compañeros de trabajo) y eso retroalimentaba mi malestar. De pronto detuve ese tren de pensamientos estúpidos y me dije: así no se disfruta de la vida, en lugar de eso piensa en que muy pronto vas a estar pedaleando, realizando una actividad muy placentera.

domingo, 8 de enero de 2017

Domingo 8 de enero de 2017, 20:06 horas


El fin de semana prácticamente ha llegado a su fin, y digo prácticamente porque los domingos me acuesto temprano para levantarme el lunes a la hora habitual entre semana, las 4:40 horas.

El sábado 24 de diciembre del año pasado, hace escasas dos semanas, recibí mi computadora Hewlett-Packard que compré en amazon.com.mx, con sistema operativo Windows 10 y sin Office. La siguiente semana adquirí ese paquete de Microsoft pirata, en el mercado Libertad, mejor conocido como San Juan de Dios y lo instalé en mi nueva pc. El problema es que no hice la instalación completa y el pasado viernes 6 de enero, cuando intenté usar Word, me encontré con que no podía hacer nada porque lo tenía instalado sin licencia.

Era tarde y me había levantado muy temprano y estaba muy cansado. Pensé entonces en la posibilidad de llamarle a Mónica, la dama a quien le compré el paquete de Office pirata y preguntarle qué era lo que había olvidado hacer. Como me sucede muchas veces cuando encuentro una dificultad, pensé en la posibilidad de comprar el software original, sabiendo bien que vale más de 3000 pesos. Entonces se me ocurrió buscar información sobre Wordperfect, un procesador de palabras que muchas personas consideran mejor que Word y al buscar información en amazon.com.mx encontré que cuesta un poco más de mil pesos.

Bueno, ayer sábado decidí intentar volver a instalar este Office 2016 pirata y esta vez corrí el programita que había omitido antes, esta vez con el internet desconectado, y mi Office quedó funcionando como debe de ser.

He pensado mucho en que debería aprovechar el fin de semana productivamente, pero todo se queda en una idea muy vaga, muy difusa que no toma forma. Lo único que hice fue ejercitarme en mi bicicleta de carreras Cannondale, seminueva con la que tengo dos meses, pues la compré a finales de octubre pasado y el día de hoy fui por la mañana a Walmart comprar alimentos (poco, pues todavía tenemos bastante pavo de año nuevo) y después me dirigí al tianguis de Santa Tere y compré dos playeras.

Regresando a esta idea de aprovechar el fin de semana, pienso en la posibilidad de elevar mucho el kilometraje en bicicleta en esos dos días, sábado y domingo, pero para ello hay una pequeña dificultad, y es que de los tres medicamentos que estoy tomando (un estabilizador del estado de ánimo, un antidepresivo y un antipsicótico) el segundo y el tercero producen cansancio crónico. Esto es un problema porque no puedo dejar de tomar los medicamentos, pero al mismo tiempo, me reconforta saberlo, pues no quisiera pensar que a mis 52 años y ocho meses de edad, el deterioro físico asociado con el paso del tiempo ha llegado a mi vida.

Además, tengo que estudiar la ortografía del español, pues para el trabajo que realizo es necesario dominarla, y nunca he abandonado del todo mi esperanza de un día convertirme en escritor. Por otra parte, hace más de un año pensé en la necesidad de estudiar el idioma inglés de una manera estructurada (que curiosamente involucraría también estudiar mi propio idioma, el español), pero hasta ahora no he puesto manos a la obra. Al mismo tiempo me doy cuenta de ciertas carencias que tienen que ver con los documentos que traduzco, conocimientos específicos de química analítica pues pudiera estar cometiendo errores más o menos serios con mucha frecuencia.

Durante el año que acaba de terminar escribí más de ochenta entradas en este blog, y pese a que fueron muchas más que en todos los años anteriores, quisiera que hubieran sido aún más numerosas, pero me resulta difícil pensar de una manera creativa y estructurar mis pensamientos para ponerlos en palabras, sobre todo evitando esos temas obsesivos como mis conflictos con otras personas que me han hecho daño, o que lo han intentado.

viernes, 6 de enero de 2017

El esposo gringo de mi hermana Mónica


Cuando pienso en la violencia de la que he sido objeto aparece con mucha frecuencia Jeffery, el esposo gringo de mi hermana Mónica, a quien vi por primera y única vez en junio de 2003, hace cerca de 14 años, y a quien no espero volver a ver jamás. He escrito sobre él en este blog y si alguien escribe su nombre en el buscador de google (y en otros buscadores) encuentra lo que pienso de ese cobarde despreciable, que utilizó a mi hermana como su marioneta para atacarme sin que yo le diera ningún motivo. Ese acto incalificable me ha provocado mucho sufrimiento y he hecho lo posible para cobrársela de alguna manera. La verdad no sé si he tenido algún éxito, pero tengo la esperanza de que en algún momento enfrente algún tipo de consecuencias por la bajeza que cometió.

Jeffery Alan Jung es un defecador. Como tantos hombres desprovistos de virilidad se refugia en su iglesia y en su religión, rindiéndole culto a un ser todopoderoso, lo que en su caso resulta incomprensible. ¿Qué sentido tiene leer la Biblia y embutirse la idea de que hay un Dios que es amor y que como devoto creyente hay que seguir su ejemplo y amar al prójimo, si es capaz de juzgar a un hombre al que no conoce en absoluto e incluso afirmar que la adversidad que ha enfrentado durante su vida no justifica que viva sin trabajar? El juicio de este gringo implica una tremenda violencia en contra del hermano de su esposa (su cuñado), algo contrario a la voluntad del Dios al que dice amar. Su acto es una defecación contra su religión y contra su poder superior.

Pero ensuciarse en su fe no es lo único, ni mucho menos. Este tipo tiene una educación, es “college educated” y eso lo pone en la elite de los ciudadanos de su país. Si desde que asistió por primera vez a una institución educativa se le inculcó la idea de que la ciencia es el motor y la parte medular del progreso y casi exclusivamente mediante ella puede el ser humano superar su estado de precariedad, resulta difícil entender cómo es que niega categóricamente a las ciencias del comportamiento humano.

Cuando este tipo se enteró de que el hermano de su esposa había vivido la mayor parte de su edad adulta sin trabajar y comenzó a despotricar contra él, Mónica trató de explicarle la situación de su hermano y las consecuencias que esa violencia que vivió provocó en su psiquis y en su salud mental. Entonces Jeffery Alan Jung negó categóricamente que el maltrato físico y verbal tenga algún tipo de consecuencia en el ser humano. Este gringo cobarde y pendejo se defecó entonces en la psicología, en la psiquiatría y en toda la investigación que se ha llevado a cabo en relación con la violencia intrafamiliar.

Continuará.

El porqué del nombre de este blog, enfermedad mental y violencia


El nombre de este blog encierra la idea fundamental que gobierna mi realidad, la cual se compone de dos partes: la primera, soy un enfermo mental (un verdadero estigma); la segunda, que como tal, he sido sometido a una tremenda violencia desde mi más temprana infancia, y eso no ha terminado.

Hace 23 días se cumplieron nueve años de que mi padre se fue de este mundo, y el día de hoy lo odio tanto como el día que murió.

No puedo negar que mi realidad es infinitamente mejor de lo que era hace menos de tres años. A principios de 2014 empecé a hacer traducciones técnicas con la amiga de una vecina y en abril de 2015 fui contratado en una empresa farmacéutica como químico traductor, lo que ha hecho una enorme diferencia en mi existencia. Y sin embargo, no disfruto de la vida como cabría esperar.

Este mes de diciembre de 2016, el último de ese año, mis hermanas Mónica y Yolanda se hicieron presentes en la vida de nuestra madre. La primera le envió dinero y la felicitó por Navidad y Año Nuevo, pero puso especial cuidado en dejar claro que los buenos deseos eran única y exclusivamente para ella, dejándome fuera. En cambio Yolanda nos felicitó a mi madre y a mí, lo que me causó una buena impresión, si bien no me sorprendió. Pese a nuestro conflicto, Yolanda sigue mostrando su parte noble y su buen corazón.

Volviendo al inicio de esta entrada, pienso con mucha frecuencia (demasiada) en cuántas personas me han elegido como blanco de sus ataques, teniendo la idea de que soy un alfeñique al que cualquiera puede lastimar y salirse con la suya, porque no tiene nada que temer de mí. Mi padre me atacó desde que yo era un niño muy pequeño y conforme pasaron los años, la saña fue en aumento y la manifestación de su odio nunca disminuyó, solamente cambiaron sus métodos. Mi madre fue tanto partícipe como cómplice, pero a ella la he perdonado porque en su envejecimiento paulatino ha aflorado su verdadera esencia, la de un bello ser humano que tiene mucho que dar. Su belleza interior se refleja incluso en su físico, es una ancianita muy bonita, con un rostro armónico, un cuerpecito macizo y grácil y unos ojos muy expresivos.

Mi hermana menor, Verónica murió hace 10 años y ocho meses y el recuerdo duele menos, si bien jamás voy a olvidarla y a tener en mente que ella compartió conmigo el papel de hijo problema, el papel de chivo expiatorio, el causante oficial de todos los problemas de la familia, y a la vez fue otro blanco de los ataques de muchas personas.