domingo, 29 de enero de 2017

Consulta en psiquiatría, 2ª parte


El viernes anterior, 20 de enero, había ido a la misma institución, a laboratorio, para que me tomaran muestras de sangre para biometría hemática, química sanguínea y perfil tiroideo (descartar hipertiroidismo, aunque con mi sobrepeso sería de esperar más bien que tuviera hipotiroidismo), y el miércoles, Edith, la joven residente que me atiende, al ver los resultados de los análisis, me dijo que todo había salido excelentemente bien, algo poco común en un hombre de mi edad.

Para mí esto es mucho más importante de lo que parece. Desde que llegué a la adolescencia, hace ya casi cuarenta años, comencé a disciplinarme en lo referente a la actividad física y a mi alimentación (siempre con la oposición sistemática del pendejo hijo de puta que tuve por padre, que en este momento se pudre en el infierno). Antes de la pubertad me dio por saltar la cuerda y unos años más tarde comencé a correr en la calle. Muy rápidamente esto se convirtió en algo muy serio y de la mano vino la disciplina en mi alimentación. Hasta la fecha, como avena todas las mañanas, no como azúcar, evito todo tipo de grasas saturadas, no abuso del alcohol, como ensalada todos los días y pocas carnes rojas. Si bien es cierto que tengo sobrepeso, esto no es evidente y en cambio puedo hacer esfuerzos que muchos hombres mucho más jóvenes que yo no son capaces de realizar. En mi país, el sobrepeso y la obesidad son endémicos de la mano con la hipertensión arterial y enfermedad cardiaca y muchos otros padecimientos.

Durante unos ocho años, fui un atleta serio, traté de convertirme en un corredor de medio fondo pero no tuve mucho éxito porque la naturaleza no me dio buenas dotes para eso. Debido a lesiones por correr en superficies duras (propias de la carrera a pie), comencé a ejercitarme en una bicicleta de diez velocidades y con el paso del tiempo me convertí en un ciclista, que es mi deporte hasta la fecha. La actividad física se convirtió en un mecanismo de evasión, pero me mantuvo lejos del alcohol y de las drogas y es posiblemente lo más afortunado que me ha pasado en mi vida.

De paso quisiera decir que he observado a compañeros de trabajo que se van a laborar sin desayunar y en el transcurso de la mañana salen a almorzar tacos de barbacoa o algún tipo de carne, siendo muchos de ellos profesionistas. ¿No saben el daño que se están haciendo? ¿Por qué una persona como yo, padeciendo un trastorno psiquiátrico grave ha tenido tanto éxito en el cuidado de su salud y ellos cayendo dentro de la normalidad se dedican a hacerse daño?

Al salir del consultorio, Edith me felicitó de una manera muy efusiva. He hecho poco con mi vida, pero no soy un fracasado ni lo parezco. Las cosas rara vez son lo que parecen.

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