La vida de mi madre no ha sido fácil, pues sus padres fueron personas con muy poca humanidad, pobres en todos aspectos, incapaces de amar a sus hijos y darles una oportunidad en la vida. Debido a las carencias afectivas con las que creció, se casó y tuvo hijos con un mal individuo, que le arruinó la vida y estuvo muy cerca de matarla. Afortunadamente esa historia (la de mi horrendo padre) ya terminó hace nueve años, en diciembre de 2007.
Al día de hoy, Mónica y yo tenemos 52 años de edad, aproximándonos a los 53, que cumpliremos en tres meses, y Yolanda tiene 48 años. Mi actitud hacia mi madre, a la que llamo con mucho cariño “mi Osito Dormilón” es de gratitud y amor, si bien la convivencia con ella es difícil sobre todo por mi trastorno de personalidad, que me provoca que pierda la paciencia y me enoje con ella con mucha frecuencia, pero le demuestro el cariño que le tengo dándole lo que puedo de acuerdo con mis ingresos (que si bien no son cuantiosos, sí me mantienen económicamente estable) y obsequiándole libros (novelas principalmente) y revistas de historia durante todo el año y diferentes artículos que satisfagan algún tipo de necesidad o deseo.
Mi hermana Yolanda está metida en una muy mala relación con un sujeto del que creo no es necesario comentar nada más, pues le he dedicado bastantes entradas en este blog, y eso la mantiene en una situación difícil en lo económico; no obstante, en fecha reciente le envió dinero a nuestra madre como obsequio de cumpleaños. Yolanda se ha mantenido bastante alejada de nuestra madre desde hace meses (desde finales de septiembre) por el conflicto motivado por el veneno vertido por su esposo y las intrigas que este ha fabricado, que es para lo único que sirve y para lo cual cuenta con un talento innegable.
La situación con mi hermana Mónica es diferente. Ella parece vivir presa de un resentimiento y un odio que no tienen una explicación racional, pues si bien tuvo una infancia, una adolescencia y una temprana juventud difícil por pertenecer a una familia muy disfuncional, la adversidad que tuvo que enfrentar fue mínima, comparada con la que me tocó a mí y la que mandó prematuramente a la tumba a nuestra hermana Verónica.
Mónica sigue estando bajo el control mental de su esposo gringo, un individuo muy religioso que encuentra una enorme satisfacción en manejar a su esposa, la madre de sus hijos, como una marioneta carente de cerebro.
Le pregunté a mi madre vía whats app si le habían llamado Yolanda y Mónica y me respondió que la primera sí, y la segunda no. Imagino que Mónica podría llamar durante el transcurso del día, pero la verdad dudo que lo haga.
Y su comportamiento, su amargura, su rencor y su odio me llevan a pensar que Mónica está mucho más enferma que yo, lo que no sé es si esto tiene una base sólida (porque se basa más en sentimientos que en información) y me pregunto si en algún momento la salud mental de mi hermana gemela podría colapsarse como me sucedió a mí en 1995, a los 31 años de edad, una época que recuerdo como la más terrible de mi vida.
Lo que sí sé es que a Mónica alguna vez la quise y ese sentimiento ha desaparecido para siempre.
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