lunes, 16 de enero de 2017

Individuos muy narcisitas que me han hecho daño, un nuevo enfoque


En la entrada anterior me referí a cuatro individuos del sexo masculino que me hicieron daño y que tienen como rasgo en común un narcicismo muy patológico.

Ellos son: mi padre Rafael; David, el “amigo” que me pegó por la espalda y me arruinó; Jeffery, esposo de mi hermana Mónica; y Enrique, esposo de mi hermana Yolanda, si bien este último no ha sido más que un fastidio, es tan poquito que se asemeja a una cucaracha, un insecto repulsivo, pero no peligroso ni especialmente dañino. Lo menciono simplemente como un ejemplo de la porquería que aparece en la vida de un enfermo mental, una y otra vez.

Para exponer la idea que tengo en mente quisiera hacer primero una analogía, poner como ejemplo a un individuo pendenciero y cobarde (de los que hay en abundancia) que quiere dárselas de muy rudo, temible, pero sabe muy bien que no es apto con los puños y que no se necesita ser un gran peleador para romperle el hocico. Entonces su pretensión de ser muy cabrón resulta bastante absurda. Esto lo llena de frustración y de rabia impotente e intenta resolver su problema buscando a un adversario al que resulte fácil vencer, alguien a todas luces muy débil. Sobra decir que probar las fuerzas con alguien más débil es una cobardía del tamaño del mundo.

El individuo débil he sido yo, y lo expuesto en el párrafo anterior es una analogía porque físicamente no soy débil, he hecho deporte desde la adolescencia y soy más o menos apto con los puños. Sin embargo, mi patología (muy grave, como me dijo Fabiola, la dama que fue mi psiquiatra) dio lugar a que llegara a la edad adulta y me encerrara en mi habitación y planeara trabajar, pero por razones bastante complejas, nunca lo conseguí. Llegué a tener más de 30 años sin nunca haber tenido un empleo y sin ganarme la vida. A los 33 un individuo al que consideré mi amigo me contrató para un buen puesto y al poco tiempo me echó a la calle, y ese individuo, David Iturbe es uno de los cuatro infames que menciono en un párrafo anterior. Los siguientes años fueron una pesadilla, que frecuentemente se convirtió en un verdadero infierno y muchas veces me puso al borde del precipicio.

A lo que quería llegar es que, cuando algún individuo del sexo masculino comenzaba a tratar conmigo (haciendo amistad o algo parecido) observaba mi incapacidad para llevar una vida productiva (yo vivía con el estigma de mantenido, algo que me provocaba un sufrimiento tremendo) y decidía probar sus fuerzas conmigo, midiéndose conmigo, considerándome débil por mi improductividad y seguro de salir vencedor de la contienda. El hecho de que yo contara con un buen cociente intelectual (que se notaba en mi discurso, en mi nivel de conocimientos y en mi cultura general), que hubiera sido un buen deportista (se notaba en mi físico, entre otras cosas) servía a estos individuos como acicate para demostrarse a sí mismos que eran superiores a mí.

Tengo la intención de describir los actos de estos cuatro individuos en entradas futuras, pero por ahora quisiera aclarar que con esto no busco seguir con mi obsesión, hurgando en las heridas, cultivando el dolor, sino llegar a entender una de las muchas facetas negativas del ser humano y ver a esas personas como gente digna de lástima. En este momento no puedo sentir eso por ellas porque lo que me hicieron todavía me duele mucho, pero espero ser capaz de contemplarlas con ese sentimiento en un futuro más o menos cercano, y cuando pueda sentir lástima por ellas, me habré recuperado.

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