Al llegar al piso más alto del edificio donde se encuentra psiquiatría, después de entregar mi tarjetón en la ventanilla correspondiente me dirigí al baño porque necesitaba orinar y me encontré que había agua para lavarme las manos, pero no había jabón ni toallas de papel, algo característico de un país tercermundista. Después de unos minutos sentado en una silla de aluminio, rodeado de gentuza, salió una enfermera bonita, pulcra, de aspecto muy agradable y dijo mi nombre en voz alta. Yo levanté la mano y me puse mis lentes. Salí a su encuentro y la seguí. Ya adentro, ella me explicó que me iba a tomar la presión, a medir mi estatura y a pesarme. Me quité el suéter y esta bonita joven, de nombre Diana Mariscal me tomó la presión y después me pesó y me midió. Mientras lo hacía me comentó que ya me había buscado antes y le informé que había ido al baño. Me preguntó entonces qué libro estaba leyendo y le respondí que una novela de un escritor argentino. “La noche de la usina” de Eduardo Sacheri. Fue de lo más agradable tratar con una persona tan bonita en medio de gente tan jodida y tan dada a la chingada.
Sé que todo esto suena terrible, el desprecio con el que me expreso del prójimo, de mis conciudadanos, pero la verdad encuentro peor mentir y convertirme en un hipócrita y decir que estoy muy orgulloso de ser mexicano y una sarta de mentiras. Me parece que la realidad terrible de mi país tiene mucho que ver con una sobrepoblación que no tiene ninguna justificación. Hasta donde yo sé, somos alrededor de 120 millones de mexicanos y eso es una cifra monstruosa. ¿Cómo se puede explicar que hayamos llegado a ser tanta gente? ¿Qué pasa por en la cabeza de tantísimas personas, que carecen de los medios para si quiera procurarse una vida digna a sí mismas como individuos y se ponen a traer hijos al mundo? Sé muy bien que es una realidad tremendamente compleja y en eso tiene mucho que ver la religión, el segmento del cristianismo compuesto por la iglesia católica, posiblemente la institución más nefasta que ha existido en toda la historia.
Hoy hablé por teléfono con Ariadna, una psicóloga joven, muy inteligente, bien preparada y muy competente y le comentaba que salgo de casa muy temprano para ir a trabajar y por lo regular checo la entrada unos veinte minutos antes de la hora. Lo hago así para tomar el camión como a las seis de la mañana porque si lo hago unos minutos más tarde ya va mucha gente a bordo y eso me pone de malas. La presencia de otras personas a mi alrededor me enferma, más todavía su comportamiento. Quisiera que en mi país tuviéramos una población de unos cuarenta millones de habitantes, compuesta por gente alfabetizada que comprendiera la importancia de la buena salud, que no consumiera comida rápida ni chatarra, que no tomara refresco ni abusara del alcohol, que le interesara la política y estuviera dispuesta a esforzarse y no confundiera el deporte con sentarse como idiota en un sillón a ver el futbol engordando y poniéndose como cerdo, que comprendiera lo que es la concentración de la riqueza en pocas manos y qué se puede hacer para evitar que existan los monopolios, en fin, todo eso.
¿Por qué el individuo se convierte en ateo? Porque Dios no existe.
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