martes, 9 de mayo de 2017

Accidente ciclista, una clavícula rota y una incapacidad


El pasado sábado tomé mi bicicleta de carreras y después de pedalear unos minutos sobre rodillos, salí a continuar mi sesión de ciclismo en el circuito Lomas Altas - Paseo de la Cañada, que involucra bastante subida y por consiguiente mucho esfuerzo muscular y aeróbico. Llevaba unas cuantas vueltas, había alcanzado la cifra 1000 km en el odómetro de mi ciclo-computadora (que había borrado en marzo, poco antes de que muriera Lola, mi querida perra) y cuando recorría el tramo que comprendía Paseo de la Cañada, un idiota se bajó de la banqueta sin fijarse y no pude evitar chocar con él. El impacto fue tremendo, cuando me di cuenta me hallaba sobre duro y ardiente piso de adoquín (aproximadamente a las cinco de la tarde), sangrando por una oreja, con la rueda delantera deformada por el impacto y la clavícula izquierda fracturada.

Las siguientes horas fueron de andar recorriendo centros de atención médica de urgencia enfrentando situaciones de frustración, pues al llegar a la Unidad de Cruz Verde Las Águilas (haciendo uso del servicio de traslado Uber) nos encontramos con que estaba siendo remodelada y no había traumatólogo en ese momento (eran aproximadamente las 19:20 h y el siguiente médico de esa especialidad llegaría a las 20:00 horas y probablemente comenzaría a laborar hasta quince minutos más tarde). Cuando llegó sucedió que atendería primero a pacientes más graves y muy enojado obtuve información de mi seguro de gastos médicos mayores y me dirigí con mi madre a un hospital privado en la Col. Chapalita. Ahí se me informó que tendría que pagar la atención que la aseguradora ‘probablemente’ me reembolsaría y muy molesto (enojado más bien) decidí no aceptar esa atención. Le hablé por teléfono entonces a mi amiga Laura y ella me informó que me podían atender en otra unidad de Cruz Verde, en el municipio de Guadalajara y ahora en un taxi nos dirigimos al rumbo de la central camionera vieja. Ahí se me atendió inmediatamente de forma excelente, incluso me puse en contacto con mi amigo Alfonso que vive por ahí que nos acompañó al salir a un cajero Bancomer y mi madre y yo regresamos a casa haciendo uso de Uber nuevamente.

El día siguiente, domingo fue bastante difícil pues estaba lesionado y parecía complicado siquiera tomar un baño. Sabía que al día siguiente debería ir al Instituto Mexicano del Seguro Social a tramitar mi incapacidad y preveía una seria dificultad, pues había intentado darme de alta por medio de internet y no fue posible, pues mi CURP tiene mal mi apellido materno.

Ayer lunes me dirigí por la mañana (no muy temprano) a la unidad que me corresponde y se me informó que tenía que cambiar el tarjetón que obtuve a principios de 1998, cuando me di de alta en el IMSS, mientras me hallaba trabajando en esa inmunda empresa de la maquiladora electrónica de la que me expulsó David, el remedo de Judas Iscariote pegándome por la espalda. Continuaré más adelante con esta idea y con el simbolismo que encierra.

Regresé a casa y dormí un poco. Más tarde, poco después de las 13:00 horas volví a dirigirme a esa clínica del IMSS y al llegar tomé mi lugar en la fila para cambiar mi tarjetón por uno nuevo, pero la atención se interrumpió porque las computadoras se quedaron sin sistema. Unos 20 minutos más tarde me acerqué a una de las ventanillas a pedir orientación y una señorita amablemente me informó que con ese tarjetón que tengo, con fecha 30 de enero de 1998 y con mi credencial de elector me podían atender. Sintiendo un gran alivio, me dirigí al consultorio que me correspondía y obtuve la atención (que fue muy buena) y mi incapacidad y con ella me dirigí a la empresa en la que trabajo inmediatamente.

Esa primera experiencia me había sorprendido favorablemente, pero todavía me esperaba otra. Al entregar mi incapacidad, el personal de recursos humanos, específicamente el personal de nómina (a quienes yo solamente conocía de vista y de quienes no tenía una buena opinión) se portaron muy amables conmigo y me hicieron sentir bien. Tengo la costumbre de ponerme en el peor de los escenarios y esta vez obtuve una lección agradable y provechosa.

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