martes, 16 de mayo de 2017

Volver a ver a Leticia, después de seis años


Acercándose a los 46 años, Leticia sigue siendo una mujer muy bella, ahora en la edad madura. Mis circunstancias han cambiado mucho desde que la vi por última vez, aquel viernes 21 de enero de 2011 en condiciones tan difíciles en que las autoridades de esa unidad de Cruz Verde la obligaron a dejar de atenderme; de eso se trató parte de la consulta.

Le dije a esta linda dama que ayer, después de hablar con ella de pronto me di cuenta de que a pesar de lo mucho que han mejorado mis condiciones de vida, sigo sufriendo por la violencia en la que he vivido desde mi más temprana infancia, la cual se ha recrudecido durante mi vida adulta. Hice especial énfasis en el modo como he violentado a un cierto número de personas que me atacaron hace tiempo, gente de mi familia (como el esposo de mi hermana Mónica y ella misma; o David, el traidor que hace 19 años me arruinó; o mi hermana Yolanda y su cónyuge vividor o mi tío Paco que hace menos de tres años se quedó viudo, etc.,) y el hecho de que hacerle daño a esas personas me da una satisfacción que no puedo negar y no me arrepiento de mis actos, pero me mantiene atado al sufrimiento y no puedo superarlo y romper con ese pasado difícil y doloroso.

Leticia me pidió que dejara de decir palabras ofensivas, no porque estas lastimen sus oídos, sino porque me enganchan. Esto es algo para meditar. Siempre pensé que expresar lo que pienso era necesario y útil, pero según lo que me dice Leticia, seguir injuriando gente pudiera tener un efecto dañino, pudiera mantenerme en ese estado mórbido que me impide alejarme del dolor y disfrutar de las cosas positivas que definitivamente sí hay en mi vida.

Hace seis semanas, el sábado 1 de abril llegaron a esta casa dos perritas, Chora y Clara, madre e hija respectivamente. Las adopté a tres semanas del fallecimiento de mi perra Lola, que estuvo conmigo cerca de once años. Clara es una cachorra y como tal es traviesa, está llena de energía y rebosa alegría, pero pudiera no recibir toda la atención que requiere debido al malestar que siento que parece estar mermando mi vitalidad y amargando mi carácter. Evito sacarla a pasear durante las horas del día principalmente por el estrés que me provoca encontrarme con gente en la calle, sea en forma de peatones, automovilistas, motociclistas, ciclistas o como sea. Parezco ser un misántropo, parezco odiar al género humano. Hoy en la mañana salí de la cama antes de las seis y llevé a pasear a mis mascotas aprovechando el poco tráfico y la poca gente que deambula a esa hora.

A lo que quiero llegar es que tengo que encontrar la manera de ver lo positivo que hay en cada situación, en cada día, en cada hora, en cada momento de cada día, en lugar de dejarme abrumar por la parte difícil. Algo especialmente importante es que me he dado cuenta de que me resulta imposible sentir empatía por la mayoría de las personas, especialmente los pobres (si bien, los acaudalados me producen un rechazo y un desprecio mucho mayor) y eso es absolutamente inaceptable porque aparte de resultar inhumano, es irracional. Nadie es pobre porque haya elegido serlo, ni tiene un aspecto desagradable o es estúpido porque conscientemente haya elegido esa condición y es muy difícil que pueda ponerle remedio a eso. Yo viví muchos años en la pobreza y parece que esa experiencia no me ayuda a comprender a otros.

También le dije a Leticia que haber lastimado a las personas arriba mencionadas no resuelve mis problemas y quisiera detenerme y no hacerlo más, pero de ninguna manera me arrepiento y si pudiera retroceder el tiempo y deshacer lo que hice, definitivamente no lo haría.

Por lo pronto tengo que buscar algún tipo de terapia para poder zafarme de estos grilletes de rencor y odio. Esperemos que este ímpetu o inercia no desaparezca y esta vez sea definitivo.

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