viernes, 25 de septiembre de 2015

Mi padre y mi amigo David, un buen equipo

Entre 1995 y 1996 pasé siete meses internado en una clínica de rehabilitación, por una serie de crisis que me pusieron en mucho peligro. A los 31 años de edad, había enfrentado un segundo fracaso en la universidad y el rechazo social y de una mujer a la que cortejé. No hallaba la salida, pues ya en la cuarta década de la vida era incapaz de encontrar empleo y tener un mínimo de ingresos que me permitieran sentirme productivo para así poder justificar mi existencia y poder procurarme aquello que un adulto necesita para vivir. Había pasado años preparándome para convertirme en un ingeniero y ante el derrumbe de esta posibilidad, mi vida parecía acabada y yo solamente quería morir para dejar de sufrir, pero no me atrevía a quitarme la vida.

En la clínica conocí a Rocío, mi primera pareja, mi primer amor, mi primera experiencia sexual (que no fuera con trabajadoras sexuales) y mi primera relación tormentosa. Viéndolo en retrospectiva, creo que Álvaro, el psiquiatra que tuve en esa época, sí identificó mi trastorno límite de la personalidad, pero no me lo informó, algo para mí incomprensible. Una vez que hube salido de la clínica, dejé de tomar los medicamentos, principalmente porque al tener relaciones sexuales con Rocío no podía eyacular, de alguna manera un efecto colateral de alguno de los medicamentos era la eyaculación retardada. Sin darme cuenta, volví a caer en mi comportamiento violento, con mis terribles arrebatos de furia, cosa que hizo la vida cotidiana difícil a quienes vivían conmigo. Mi padre, siempre incapaz de entender nada, explicaba mi comportamiento como el de un adulto que mentalmente se quedó en la infancia por no haberse visto obligado a madurar, por no haber sufrido si quiera un poco y por jamás haber carecido de nada. No sé si mi padre era pendejo de nacimiento o por vocación, me parece bastante probable que haya sido mucho de las dos cosas.

A finales de 1997, mi amigo David me contrató para trabajar en una empresa en la maquiladora, donde a él le habían dado un puesto relativamente importante, y teniéndome a su merced, decidió demostrarse a sí mismo — y a mí, de pasada— que intelectualmente me superaba en todo. Ante la imposibilidad de lograr esto, dos meses y medio después me echó a la calle, propinándome una puñalada por la espalda que me mandó de regreso a un infierno del que creí haber salido, pero a un círculo más profundo. El problema es que David no consiguió esto solo, sino haciendo labor de equipo con mi padre. Ellos casi no se conocían, pero al atacarme con toda la saña de la que eran capaces —si bien cada quien por su lado— consumaron una infamia que a mí me llevó a volver a perder la voluntad de vivir, algo que yo creía poco probable.

No sé si Dios existe (no niego que así sea), o si en su lugar haya una Conciencia Cósmica, o un orden que coloque a cada quien en el lugar que le corresponde, pero si así es, David y mi padre tienen un honroso lugar en el pabellón de la infamia. Mi padre se adelantó yéndose de este mundo como consecuencia de su adicción al alcohol y su destructividad; falta que David haga lo propio.

Será un placer enterarme de que has terminado de arruinar tu vida, David hijo de puta.

De debilidad y violencia

Atticus Finch es el padre que todos quisiéramos tener. Este personaje es el padre de Jean Louise (Scout) Finch, una mujer que nos narra una historia extraordinaria en la novela Matar un ruiseñor, de Harper Lee. Transcurre en un pueblo en Alabama en la época de los 30s, durante la Gran Depresión. Considero a Atticus un hombre excepcionalmente fuerte  porque pese a ser grande de talla y físicamente fuerte, jamás recurre a ningún tipo de violencia, sea esta física o verbal o de ningún tipo.

He leído un poco sobre psicología y he adoptado la idea de que la violencia es debilidad, más lo es la destructividad, mientras que la no violencia es fortaleza. Me gustaron las ideas de Erich Fromm en su libro “el corazón del hombre”, donde defino como “bueno”  aquello que contribuye a reafirmar la vida, mientras que “malo” es todo aquello que tiende a destruirla. De ahí que todo tipo de violencia (excepto por la agresión defensiva), pueda considerarse mala y una persona que tiende a violentar a otros o a sí mismo, pueda ser considerada débil.

Cuando he estado en terapia, o al hablar con otras personas sobre mi infancia difícil, me han preguntado si mi padre me golpeaba, y la respuesta ha sido negativa. Ese mal individuo me violentaba por medio de humillaciones, vejaciones, segregación y odio en su mirada y en su tono de voz. Otras formas de violencia eran menos claras, como cuando yo llegaba a casa con notas que indicaban un mal aprovechamiento en la escuela y él me hablaba del infierno que había sido su vida cuando tenía mi edad. Yo era un niño y no podía entender de qué manera podía yo provocarle  con mi mal desempeño, un sufrimiento que se había dado entre 25 y 30 años antes. No podía comprenderlo porque ni siquiera se me ocurría preguntármelo. Recuerdo a mi padre sentado en la cama del dormitorio conyugal reviviendo el dolor, haciéndome sentir culpable, culminando en una postura en la que apoyaba un codo en una rodilla y con ese brazo sostenía su rostro, tapando sus ojos con su mano y exclamando: ¡cómo he sufrido! Mi madre se hallaba de pie observando la escena con una expresión en su rostro difícil de definir, parecía contemplar al más desafortunado de todos los seres humanos de toda la historia (mi padre) a merced de su verdugo (yo). Yo no odio a mi madre, pero sí tengo mucho resentimiento contra ella por haberle permitido a ese monstruo con quien me trajo al mundo, que me hiciera tanto daño.

Hablando con psicólogas, sean estas terapeutas, interventoras en crisis o amigas, me han dicho que las dificultades que un ser humano enfrenta durante su temprana existencia lo marcan y determinan su futuro comportamiento en gran medida, pero si bien no niego cierta validez en este argumento, lo rechazo. Considero muy estúpido a alguien que afirma: mi padre devastó mi vida porque alguien devastó la suya. El que otras personas nos hayan hecho daño no nos da derecho a hacerle daño a otras, mucho menos si no son culpables de lo que hemos sufrido. Reconsiderando esta última idea, aclaro que no soy muy entusiasta en lo que al perdón se refiere, tengo una naturaleza vengativa y cuando alguien me hace daño, devuelvo el golpe en la misma magnitud, como mínimo.

Mi padre murió un viernes 14 de diciembre de 2007, cuando yo contaba con 43 años y siete meses y vivía enfermo, desempleado, sin atención médica, completamente solo, en la pobreza y sin saber que padecía un trastorno de personalidad muy grave; ocho meses antes le había dicho a una psiquiatra en una institución pública “siento que ya no puedo”, por segunda vez había perdido la voluntad de vivir y el principal responsable de ello era ese hijo de puta, mi padre.

Dos años y cinco meses después dejé de vivir solo porque mi hermana Yolanda vino a vivir a la casa de mis padres (que yo había habitado durante casi 29 años) con su esposo y sus hijos, y con mi madre. Menos de tres meses después, mi familia regresó a la ciudad de donde habían venido y mi madre se quedó conmigo algunas semanas. El 1 de septiembre de 2010, miércoles, como a las 20:00 horas me dijo mi mamá que en una de las habitaciones, mi hermana había dejado las cenizas de mi padre. Menos de dos horas después, las eché por el excusado, una pequeña venganza con un significado muy obvio.

Me violentaste, padre monstruoso sin que yo pudiera hacer nada para defenderme, ahora has rodado con aguas negras, como corresponde. Cada quien con su cada cual.

jueves, 24 de septiembre de 2015

La vida de un enemigo en manos de una psicoterapeuta

David me asestó una puñalada hace 17 años, siete meses y 22 días. A partir de entonces mi existencia, que ya había sido terrible al grado de ponerme al borde de la muerte, se hizo todavía más difícil. Juré cobrársela a ese hijo de puta, y ahora que lo he humillado públicamente, es posible que esté descendiendo a su infierno personal; ojalá así sea.

Muchas veces me he preguntado si ese deseo de venganza, hablando de David en particular, proviene de un narcisismo desproporcionado. Me resulta insoportable pensar que un individuo débil en extremo, sin virilidad, sin masculinidad, que llevó una vida sedentaria sin intentar siquiera practicar un deporte, me haya hecho tanto daño, saliéndose con la suya.

Sea como sea, imagino a este pedazo de maricón viviendo en la desesperación más absoluta, habiendo perdido a su familia, su patrimonio, su salud física y mental, con un pie en la tumba, convertido en una piltrafa humana. En mi fantasía aparece Fabiola, que fue mi psiquiatra en una institución pública, quien por alguna razón me pareció atractiva pese a no ser una mujer bonita, por quien siento gratitud y al mismo tiempo resentimiento por haberme mirado desde arriba, por haberse obstinado en verme como un individuo mentiroso, inculto y poco inteligente. Fabiola me dijo que yo era narcisista, “usted es muy defensivo”. Bueno, ella se decía doctora, sin tener ese grado académico, siendo médico especialista. Recuerdo que una psicóloga con quien hablaba por teléfono me dijo que Fabiola se sentía “la última coca cola en el desierto”.

Imagino a Fabiola pidiéndome que hable con ella y le explique mi determinación por destruir a David. Desde el principio me muestro reacio, tratando de no portarme grosero con ella, pero haciéndole ver que no sabe escuchar, que tiene prejuicios respecto a mi persona (porque tengo la etiqueta de enfermo), que no va a creer una palabra de lo que le diga, y que se presta para que un mal individuo (David) la utilice como a un títere. No es mi intención ofenderla, pero no lo puedo evitar.
Pongo como condición que Fabiola use sus conocimientos de psicoanálisis para evaluar a David al escuchar su discurso, lo que le permitirá advertir que este carece de lógica, está lleno de contradicciones e inconsistencias, y omite información importante, recordando lo que le conviene y habiendo olvidado lo que podría ponerlo en evidencia. Amnesia selectiva.

Fabiola atiende a David con mucha regularidad, una sesión por semana, en ocasiones dos. A mí, Fabiola me cita para que le dé información, pero queda perfectamente claro que no soy su paciente y que mi asistencia a las sesiones es voluntaria y puedo abandonarlas en el momento que quiera. Entre esta psiquiatra y yo crece el antagonismo que apareció cuando era su paciente en una institución pública, mientras que entre Fabiola y David la situación es del todo diferente.

Al principio Fabiola le cree a David su versión de los hechos, cuando él le narra los acontecimientos que nos llevaron a convertirnos en enemigos a principios de 1998, en esa empresa de la maquiladora electrónica. Fabiola piensa que habiendo quedado trunco en mis estudios universitarios, carezco de una inteligencia que me permita ser competente y siendo un enfermo, padeciendo un trastorno límite de la personalidad, mi paranoia me impide darme cuenta de que mi jefe tomó una medida dolorosa pero necesaria, que tuvo que despedirme porque mi trabajo no servía y lo único que hacía era causar problemas.

Esta psiquiatra-psicoanalista, tiene especial cuidado al hablar conmigo, dado que mis sesiones con ella se dan cada tres o cuatro meses y si me enojo y decido no volver a verla, no podrá impedir que la existencia de David quede totalmente destruida. Por esta razón, Fabiola usa una aproximación muy indirecta en la que me solicita información, tratando de disimular u ocultar su reacción al escuchar mi narrativa. Muy frecuentemente me doy cuenta de que esta profesional de la salud mental me pone en el banquillo de los acusados, probablemente sin tener conciencia de ello, cosa que no disminuye mi malestar ni mi furia por su estupidez. Sin embargo, Fabiola logra su cometido al evitar que me vaya y al mismo tiempo, escuchando a David, paulatinamente comienza a sentir aversión hacia él. Yo le he señalado que este traidor cobarde tiene un ego gigantesco y es un patán que finge ser un caballero. Eso le ha dado a ella la pauta para comenzar a ver qué hay debajo de la máscara de este individuo repugnante.

David se destruye a sí mismo y nadie puede impedirlo, nada puede detenerlo.

Malestar, pese a que todo parece estar bien

El día de hoy ha sido de un malestar intenso. Conozco gente en redes sociales y las relaciones no fructifican, quedan en el nivel más superficial. Tantas personas padecen la soledad y cuando se les presenta la oportunidad de formar relaciones de amistad o de otro tipo, se alejan.

Mi empleo ha mejorado mi situación económica, junto con la rutina en la que trabajo de lunes a viernes y el fin de semana lo dedico a actividades menos importantes, no por ello menos fructíferas, pero sigo solo.

Del martes al día de hoy, he dedicado alrededor de 40 minutos a partir de las ocho de la mañana a ejercitarme en mi bicicleta de carreras, que combino con un poco de levantamiento de pesas (sólo un poco). En teoría la actividad aeróbica ejercita el sistema cardiovascular y libera endorfinas; sin embargo, el malestar me persigue y en la oficina quisiera callarle la boca a gente que habla como idiota, que le tiene pavor al silencio y no se da cuenta que sus pendejadas dificultan el trabajo y molestan a otras personas.

Sigo con mi tratamiento, el estabilizador del estado de ánimo con un antidepresivo (sertralina) por la mañana, y por la noche otra vez el estabilizador del estado de ánimo (valproato de magnesio) con un antipsicótico (risperidona). Duermo bastante bien y cuido mi alimentación, creo que me veo bien y sin embargo la inmensa mayoría de las mujeres me ignoran y eso me hace sentir como un hombre invisible, insignificante.

Es sólo malestar, ya pasará.

martes, 22 de septiembre de 2015

Psicóloga Lupita, una profesional de la salud mental no apta para ejercer

Si bien, Lupita no está apta para ejercer, su caso no es único, se da muchísimo entre profesionales de la salud mental.

Ella comenzó a atenderme en un servicio telefónico de atención en crisis, en fin de semana y algún tiempo después, pude conocerla en persona. Tuvimos una relación difícil de definir, en la que parte del tiempo ella era una interventora en crisis o alguien con quien hablar, y parte del tiempo era mi amiga. Quisiera decir algo que quiero que quede bien claro. Lupita me ayudó en momentos difíciles, en los que incluso no tuve nada que comer. Eso sucedió un cierto número de veces durante los años que siguieron, a partir del año 2011, e incluso en el presente año, ella me ayudó dando buenas referencias sobre mí durante mi proceso de contratación en la compañía que trabajo y después dándome una carta de referencia laboral. La gratitud es algo que no se debe de perder y en el caso de Lupita, no voy a olvidar lo que hizo por mí.

Sin embargo, también he sido objeto de agresiones muy serias por parte de esta psicóloga, como a finales de ese año 2011 en que me llamó mantenido. Este agravio resultó muy doloroso y lo he hablado con otras psicólogas y a todas les ha parecido absolutamente reprobable; una psicóloga jamás debe de decirle eso a un usuario.

Hace meses que no hablo con Lupita principalmente porque ha mostrado un comportamiento muy difícil hacia mí. Una de las últimas veces en que lo intenté, me trató como si estuviera hablando con un pendejito al que se le puede "cotorrear". Me parece que el narcisismo patológico de esta mujer la lleva a sentirse superior a mí, y parece difícil que me equivoque. Ese día comenzó diciéndome estupidez y media, que si había trabajado (era sábado y yo trabajo de lunes a viernes), que si podía ir a la institución pública donde me dan la atención psiquiátrica (la atención es entre semana) y más pendejadas de todo tipo. Me molestó mucho que le dije que estaba comenzando a tener ingresos y que quería comprar muchas cosas, y esta mujer tonta me dijo: "ahorra, ahorra", cayendo en una actitud de cerrazón y de tontería, sin detenerse a pensar que el tener ingresos me permite hacer muchas cosas que no pude hacer cuando viví en la pobreza. ¿Qué sentido tendría trabajar para seguir viviendo privado de aquello que necesito? La escasa inteligencia de esta mujer no alcanza para entender algo tan sencillo y se monta en su burro y no escucha.

Algo todavía más ilustrativo sobre lo mal que anda esta psicóloga es lo que me dijo uno de esos días, sábado en la noche al comenzar su turno de doce horas en el servicio de intervención en crisis. Me parece que comenzó cuando me molestó que me preguntara si había trabajado ese día (había mencionado que yo trabajo de lunes a viernes) y entonces Lupita me dijo que ella trabajaba todos los días. No sé por qué me echó eso en cara a mí, si no dependo de ella, no vivo en su casa y no me mantiene. Que ella trabaje todos los días es algo que no tiene nada que ver conmigo. Más aún, su trabajo como psicóloga clínica no sirve; no sé si el trabajo que hace en su otro empleo en Cruz Verde Zapopan sirva para algo (la verdad lo dudo), pero si su trabajo no rinde ningún fruto, haría mejor en dejar a otra persona capaz y dejar de estorbar.

Resulta inverosímil es que me haya dicho que ella viene de una "cultura del esfuerzo", siendo especialmente incompetente con los números, entiéndase con la aritmética más elemental. Lupita no puede hacer la operación aritmética más sencilla sin una calculadora. No podría calcular el área de un cuadrado, no domina el uso del punto decimal y por supuesto, tampoco las operaciones con fracciones. Lupita eligió una licenciatura que no lleva números, que junto con medicina, derecho, medicina y otras, se han convertido en un refugio de burros que no quieren ponerse a estudiar y superar sus deficiencias académicas. Por si esto fuera poco, Lupita ni siquiera sabe escribir correctamente, su redacción es muy defectuosa y no domina la ortografía (si bien hay que aclarar que eso es una verdadera pandemia en nuestro país). Lupita tampoco domina una lengua extranjera.

Las agresiones verbales de Lupita, hayan sido muchas o pocas, han constituido una manifestación de su falta de adecuación como ser humano, del malestar que siente al saber que ha fracasado y tiene que ver con las entradas anteriores, en que al verme a mí como un paciente psiquiátrico, un individuo con problemas serios de salud mental, me ha considerado el blanco perfecto de sus ataques porque ella puede argumentar que no hay tal, que por mi patología yo percibo hostilidad y agresión donde no la hay; una postura de lo más ruin. Por supuesto, si me considera débil, se permite probar sus fuerzas conmigo, comparándose para tratar de reafirmar su valía. Si no fuera un ser humano pobre y disfuncional, no tendría ninguna necesidad de compararse con nadie.
 
Si se comparara con una profesional de la salud mental exitosa, Lupita saldría muy mal parada, lo sabe perfectamente bien y por eso evita ese tipo de confrontación. En fin, habrá que dejarla que siga con su comportamiento no ético y vergonzoso.

Percepción de debilidad, ¿qué despierta en otras personas?

Yo sé lo que es ser débil, o lo que es vivir en una situación de debilidad. Cuando fui niño, fui extremadamente delgado y muchos de mis compañeros de la escuela eran más fuertes que yo, pero de alguna manera me defendía de las agresiones físicas ocasionales. Cuando llegué a la adolescencia, mi desarrollo no fue rápido, como el de muchos de mis contemporáneos. Durante tiempos prolongados, mantuve un peso corporal bajo con una masa muscular escasa y eso, junto con un brote de acné muy marcado y haberme roto los dientes frontales me hizo blanco fácil de muchos compañeros más fuertes y viví épocas bastante difíciles. Eso sucedía en la escuela, en casa mi padre utilizaba cualquier pretexto (si yo no le daba uno él lo inventaba) para atacarme verbalmente con insultos y humillaciones. Pasaron los años y yo comencé a hacer ejercicio y me fortalecí poco a poco, si bien no gané mucha potencia, sí mejoraron mucho mi coordinación y mi resistencia y mejoré mi capacidad para pelear, lo que me llevó a dejar de ser el blanco favorito de compañeros abusivos.

Sin embargo, con el paso de los años y pese a mis esfuerzos por superar mis enormes deficiencias académicas, resultado de tantos años con problemas de aprendizaje, desprovisto de la ayuda que necesitaba, caí en una patología muy grave en la que la constante fue un tremendo aislamiento del mundo, viviendo encerrado en mi habitación, sin trabajar, sin ingresos, sin amigos, sin pareja, etc., y con el paso de los años esta situación generó en una serie de crisis que por poco me cuestan la vida.
Llegué a tener más de 30 años sin jamás haber tenido un empleo y cuando tuve uno lo perdí, por una serie de circunstancias desafortunadas, y por el mal proceder de personas terribles (mi padre y mi "amigo" David principalmente), y así bien entrado en la cuarta década de mi vida, viví dependiendo económicamente de otras personas, sin la capacidad de ganarme la vida.

Todo esto me convertía en el blanco fácil de individuos con problemas de autoestima, que necesitaban probar su valía comparándose con alguien a quien consideraran débil. Yo había dejado de ser físicamente débil desde hacía décadas, pero quien quisiera medirse conmigo echándome a la cara su enorme capacidad para trabajar y para vivir, su inteligencia y cualquier característica que considerara deseable y valiosa en un hombre, me tomaba como su saco de boxeo, considerando que desde el principio yo tenía perdida la batalla por no saber ganarme la vida. Debo aclarar que yo nunca participé voluntariamente en este juego patológico y estéril, por lo menos no conscientemente.
Hasta la fecha, esto sigue sucediendo. El colmo es mi cuñado Enrique, esposo de mi hermana Yolanda, a quien me he referido en entradas anteriores. Quisiera hablar ahora de la psicóloga Lupita.
 
 

martes, 15 de septiembre de 2015

La naturaleza de mi resentimiento

Mi relación de amistad muy cercana con la bella K, psicóloga joven a quien conocí en una red social, me ha llevado a abrir los ojos ante una realidad: que vivo desahogándome al escribir en redes sociales o en mi blog, al igual que al hablar por teléfono a centros de atención psicológica, y finalmente he acabado haciendo lo mismo con ella, si bien nuestra relación no se ha limitado a eso.

Me doy cuenta de que este patrón de comportamiento no me va a llevar a nada, y mi problema más grande parece ser mi resentimiento, que está presente la mayor parte de mis horas de vigilia, especialmente contra personas como mi padre (ya fallecido), mi amigo “David”, el infame que me pegó por la espalda como el perfecto cobarde que es, mi madre (que vive conmigo y quien con mucha frecuencia es objeto de mi furia); mi hermana Mónica a quien no he visto en 13 años pero con quien he tenido comunicación esporádica; mi hermana Yolanda y su esposo, que viven en la misma ciudad, y contra una multitud de personas que han pasado por mi vida en algún momento. Parecería un problema con una solución sencilla, pero si así fuera, no lo tendría.

El odio que siento contra mi padre es muy intenso y de pronto, con ayuda de mi querida K, me doy cuenta de que seguir hablando o escribiendo sobre él con epítetos o palabras ofensivas no me va a llevar a superar esos sentimientos ni el dolor que ha dominado mi existencia. David, el individuo al que durante 14 años consideré mi amigo es especialmente significativo por el increíble parecido que su comportamiento presentaba con el de mi padre. Dos personas capaces de abusar del poder que se les confirió, capaces de llevar el abuso al extremo, deshonestas, mal intencionadas, sin principios y sin escrúpulos y como todos los abusivos, cobardes. He llegado a pensar que David, que en este momento tiene 50 años de edad, comparte un destino con mi padre, pues al pegarme por la espalda aquel mes de enero de 1998, al mandarme a un infierno más terrible del que me había sacado, hizo equipo con mi padre y no habrá jamás manera de romper ese vínculo entre ellos. Algo que me llamó siempre la atención de mi padre, fue su absoluta falta de conciencia sobre el daño que hacía, su mirada cruel y cínica, y su tendencia a valerse del llanto, como hacen las malas mujeres, en un patético intento de manipulación que solamente gente muy tonta podría creerle. A David no lo he visto desde el 2 de febrero de 1998, pero he visto fotografías en las que no puedo apreciar con claridad el posible deterioro físico o mental que pudo haber sufrido a lo largo de estos 18 años y medio, y me parece percibir en su mirada cansancio y frustración. Si tuviera razón en esto, este mal individuo podría estar rindiéndose ante la evidencia de su incapacidad para alcanzar sus metas, reconociendo el fracaso lenta e inexorablemente, ahora con un hijo de 18 años al que muy probablemente ha decepcionado, fallándole miserablemente. Algo de lo que estoy casi seguro, es que Iván, el hijo mayor de David, y Carmen, su esposa, lo consideran un cobarde por no defender a su familia del ataque de un enemigo que cultivó hace muchos años.

Cobrar conciencia de que seguir hablando de mi padre con odio, usando palabras ofensivas no me va a llevar a nada, me hace pensar en la posibilidad de escribir sobre él viéndolo como un individuo impotente ante su pobreza como ser humano, ante su incapacidad para dejar de violentar a las personas más cercanas a él que nunca fueron culpables de su infancia difícil, ni mucho menos de que su padre haya sido cruel y sádico, terminando sus días en la vejez, abandonado en un horrible asilo, como muy probablemente merecía. Mi padre perdió a la autora de sus días cuando tenía alrededor de 14 años y desarrolló un complejo de Edipo que lo llevó a proyectarla en cada mujer importante en su vida. Así, se casó con mi madre a los 26 años y le adjudicó todas las virtudes de su progenitora. Cuando comenzó a tener problemas con ella, le retiró todas esas cualidades, reales o ficticias y cuando nació la segunda de sus hijas (sexo femenino) vio encarnar en ella a la súper maravilla que era su madre.

Mi padre tuvo un progenitor terrible, que violentó a sus seis hijos varones y a su esposa, según la explicación de mi padre porque fue el único hijo varón con tres hermanas y a su vez su progenitora lo trató como al favorito, permitiéndole que cometiera todo tipo de abusos y faltas, impidiendo que su padre lo reprendiera, propiciando así que se convirtiera en un hombre malo. Mi padre me puso como nombre de pila el suyo, que era el de su padre y esto facilitó que proyectara en mi contra todo ese resentimiento (mi padre incluso culpaba al suyo por la prematura muerte de su madre, el acontecimiento más doloroso y traumático de toda su vida) y me considerara culpable de todo lo malo que le sucedió en la infancia, en su adolescencia, en su temprana edad adulta y más tarde me hiciera (junto con mi madre) responsable de su alcoholismo, de su cinismo y de su falta de pudor y de vergüenza.

Y al escribir estas palabras no puedo evitar sentir furia y resentimiento contra él, pero al mismo tiempo, puedo percibir lo que sería por lo menos una solución parcial al problema. Sería justo sentir pena por él, por haber fallado en todo, por haber hecho todo mal, por haberse destruido y por haber dejado un recuerdo triste, el de un individuo que pasó por la vida haciendo un gran esfuerzo para construir y pese a haber conseguido bastante, su naturaleza destructiva echó sus logros por tierra y su legado constituye una verdadera vergüenza. Durante su vida tuvo un conflicto interno (como lo tenemos la mayor parte de los seres humanos), en el que se debatió entre hacer lo correcto, por ejemplo al evitar tomar recursos del erario cuando trabajó en el gobierno, pero acabó perdiendo la batalla y no sólo robó con su amigo Luis Martínez Villicaña, político corrupto del infame Partido Revolucionario Institucional, sino que le robó a mi madre, despojándola del 50% que le correspondía tras su divorcio por estar casados por régimen de bienes mancomunados, cometiendo delito patrimonial y violencia económica, habiendo traído tres hijos al mundo fuera del matrimonio (a los que dejó en el desamparo cuando murió), y con daños muy serios en la salud mental de cada uno de sus hijos. 

jueves, 10 de septiembre de 2015

Mi existencia relativamente solitaria, y la esporádica necesidad de una pareja

En diciembre de 2012 dejé de vivir solo y mis condiciones de vida cambiaron radicalmente. Un mes más tarde, tuve internet en casa y comencé a usar la red social twitter sin medida, lo que por supuesto parecía inadecuado. Tuvo que pasar más de un año (marzo de 2014) para que comenzara a trabajar en casa, traduciendo documentos para una empresa farmacéutica. Fue entonces cuando comencé a contar con modestos ingresos, pero no hice nada para buscar una pareja, que tanta falta me hace.

Puede ser que inconscientemente haya elegido un estilo de vida en soledad, sabiendo que es doloroso, por tener la certidumbre de que enamorarme y formar una relación de pareja  con el paso del tiempo puede conducir a problemas de relación que resultarían aún más frustrantes y dolorosos. También existe la posibilidad de que haya esperado encontrar en twitter una mujer que se interesara en mí, a la que pudiera conocer y a quien no le importara mi estilo de vida tan poco convencional y mi ausencia de logros, mi precaria salud mental, etc. Esto sencillamente no ocurrió.

Y ahora encuentro una mujer muy bella que vive en otra ciudad (bastante lejos de la mía), con una licenciatura en psicología, una maestría y un diplomado, y una enorme capacidad de trabajo. Además de su belleza física me fascinan su personalidad, sus intereses, su actividad y su voz, su risa y su alegría. No me he encontrado con ella, físicamente, pero el enamoramiento parece real y ella lo sabe; se lo manifiesto cada vez que hablo con ella, o sea todos los días.

En una de nuestras primeras llamadas, al inicio de nuestra relación (ella no es mi novia ni me considera su pareja), le dije que quisiera tenerla conmigo, tendida en el sofá de la sala o en mi cama, abrazándola para poder dormir así, con nuestros cuerpos unidos y entrelazados. Entonces K dijo algo así como: ¿dormir? No..., sugiriendo que quisiera hacer más que eso. Sorprendido, le aclaré que no había manifestado otra cosa porque no quería que pensara que mi interés en ella era puramente sexual y entonces comenzamos a amarnos con palabras, expresando de manera absolutamente explícita lo que quisiéramos hacer manteniéndonos en todo momento dentro de los límites de lo correcto, evitando usar expresiones vulgares o irrespetuosas, pero sin carecer del sentido del humor. K me permitió explorar con mi boca la parte más íntima de su anatomía, y recorrer con mis labios la dermis que cubre el total de su maravillosa anatomía. Comenzó entonces ese vínculo tan poderoso que une a una mujer con un hombre, y esa dama, esa mujer a la que amo ha definido nuestra relación como la de amigos con derechos.

Me doy cuenta de que K busca mantener una distancia entre nosotros, por una parte porque trata de protegerse evitando enamorarse de mí, temiendo que la utilice y después me olvide de ella, como ha hecho un número de malos individuos. He tratado de tranquilizarla pero mis argumentos no resultan convincentes y no puedo culparla por ello. Al mismo tiempo, K quiere evitar que yo me involucre con ella más de lo prudente y acabe sufriendo ante la imposibilidad de que ella me corresponda y seamos pareja y podamos amarnos verdaderamente. La distancia es parte del problema.

Todo esto habla de la inteligencia, la sensibilidad y la consideración de esta mujer tan hermosa. Y algo que me llama mucho la atención es su incredulidad ante mis afirmaciones de que es una mujer con una belleza deslumbrante, tanto en el exterior como en su interior. K tiene la capacidad de querer a mucha gente, a personas a las que ni siquiera conoce, como las víctimas de los crímenes de estado en nuestro país, así como a personas que sí conoce, como sus pacientes niños con problemas de aprendizaje y sus alumnos en la universidad.

K es un bello ser humano, alguien que yo quisiera que trascendiera en mi vida, pero sé bien que las posibilidades no son muchas. Y al pensar en los acontecimientos afortunados que se han dado en mi vida en los últimos años imagino que si finalmente mi vida comienza a cambiar para bien, pudiera tener una oportunidad con K, pudiera convertirse en una compañera para mi vida futura y ese sería uno de los componentes más importantes de una vida plena, que me ha sido negada.

Ella y yo creemos en Dios, si bien mi fe es débil. Sigamos adelante, K amada mía.

Cansancio, sueño insuficiente, mi existencia difícil

En los últimos tres días he sido constante en levantarme temprano y pedalear con energía en el equipo que constituyen mi bicicleta de carrera y mis rodillos de equilibrio. Me he despertado durante la noche, en las horas de la madrugada permaneciendo despierto un tiempo indeterminado para volver a conciliar el sueño y despertar y alrededor de las 6:30 horas, saliendo de la cama poco antes de las 7:00.

Tomando en cuenta la hora a la que me quedo dormido, antes de la media noche, y la hora a la que salgo de la cama, ya por la mañana, parecería que no tengo un déficit de sueño, pero habría que considerar que estoy haciendo ejercicio y necesito más descanso, y que la interrupción del ciclo de sueño en la madrugada me impide tener un sueño reparador. En este momento siento un malestar acusado y un estrés considerable. Para colmo, continuamente tengo cerca de mí a Miguel, un adolescente que es algo así como office boy en mi lugar de trabajo, cuyo comportamiento me pone de malas.

Estos días tengo poco trabajo, a diferencia de mis compañeros que están trabajando bajo mucha presión. Esto no me ayuda en absoluto, pues aparece el tedio y el aburrimiento. Comencé a revisar la traducción de un manual de habilidades de laboratorio (químico) que dejé inconcluso, pero la verdad es que no logro interesarme en el material. Acabo de abrir un archivo de notas sobre química analítica y comienzo a leerlo, a “machetearlo” y me cuesta trabajo por la presencia de este muchacho Miguel, además de que tengo sueño, siento cansancio muscular y me duele una contractura muscular en un hombro.

Mi mente se remonta a mis años escolares, no a la enseñanza básica, ni a la media sino a la superior, la universidad, cuando me estaba yendo muy mal porque ya estaba enfrentando las consecuencias de haber aprendido muy poco durante todos los años anteriores. El asunto es que había una explicación para ello, sin que lo supiera, padecía TDAH y en consecuencia, problemas de aprendizaje. Me viene esta vivencia a la cabeza porque me resulta difícil concentrarme al intentar asimilar la definición de “solución.” Me enfoco en los términos “química”, “mezcla homogénea”, “fase”, dejando para un poco más adelante los términos “disolver”, “soluto” y “solvente”.

Mi narrativa da un salto abrupto porque mi mente hace lo propio, a haber vivido desde una edad muy temprana como un delincuente al que se le está castigando por sus numerosos crímenes. Y he ahí el origen del odio hacia mi padre. El pendejo bueno para nada me escogió para hacerme culpable de todo lo que estaba mal en su vida, y con el paso de los años, de todo lo que estaba mal en el mundo. Para aclarar un poco esta idea debo decir que desde el principio obtuve malas calificaciones en la escuela, algo difícil de justificar porque en ciertas asignaturas era muy competente y superaba al resto de mis compañeros; al desenvolverme en casa y en la escuela, resultaba evidente que mi cociente intelectual era bastante bueno, pero mi aprovechamiento era bastante malo. Mi padre tomaba eso como un pretexto para maltratarme y hacerme sentir culpable, inútil, digno de desprecio y un motivo de deshonra para toda la familia.

Para cualquier persona adulta con una mínima capacidad para sentir empatía debería ser fácil entender el sufrimiento que provoca vivir así, y sin embargo es de lo más difícil encontrar gente que lo comprenda y en su lugar encuentra uno por todas partes personas que juzgan y muestran furia y desprecio por alguien que no les ha hecho ningún daño y cuya forma de vida no les afecta de ninguna manera.

Mi padre era la clase de persona que nunca debió tener hijos, o mejor aún, la clase de persona que nunca debió venir a este mundo. Odiaba a su padre con toda su alma (en el supuesto de que la tuviera), pero su cobardía le impidió manifestárselo, pues mi abuelo, ese viejo decrépito, maldito y pendejo sí fue responsable de los problemas de mi progenitor; y mi papá, en lugar de manifestarle su odio a ese padre terrible que tuvo, la tomó conmigo. El progenitor pendejo e imbécil que tuve no buscaba quién se la había hecho, sino quién se la pagara. Para completarla, el pedazo de cerdo tenía un carácter sádico, su comportamiento cobarde, el tundirle a alguien más débil que no podía presentar ninguna defensa posible y ni siquiera comprendía lo que estaba pasando, le proporcionaba una satisfacción continua si bien efímera, por lo que había que repetir el comportamiento para volver a conseguir la gratificación; mientras tanto, la salud mental de su hijo se deterioraba, se gestaba la enfermedad mental, se fraguaba la ruina y la destrucción de su existencia.

Y el mundo dice que hay que honrar a los padres y que no tenemos derecho a juzgarlos. La pendejez  no conoce límites.

10 de septiembre de 2015, jueves

Ha transcurrido una semana del mes de septiembre, del año en curso y mi vida ha cambiado para bien. Ahora tengo una ocupación y una fuente de ingresos y mi rutina le da sentido al transcurrir de mis días. Si bien, mis ingresos son bastante modestos, son mucho dinero en comparación con el que dispuse durante tantos años, y me permiten salir paulatinamente de la precariedad económica, de la pobreza.

No tengo hora para levantarme, pero ahora que mi horario de trabajo comienza a las once de la mañana, lo hago temprano. Después de ver videos musicales en la sala mientras me tomo mi café, y preparar la avena que ingiero como desayuno, subo a mi habitación a ponerme mis prendas deportivas y uso mi bicicleta de carreras sobre rodillos. No hago esto todos los días, y el tiempo de ejercicio no es mucho, un poco más de 40 minutos. Después me baño con agua fría y me como mi avena, si no lo hice antes de ejercitarme.

Considero esa dedicación al deporte algo positivo en mi vida y prueba de eso es mi estado de salud física. Estoy en peso y la proporción músculo-grasa es casi óptima, el estado de mis pulmones y corazón, mi presión arterial, mi circulación, etc., es mejor que la de muchas personas más jóvenes que yo; pero más allá de todas esas consideraciones, la actividad continua tranquiliza una preocupación que se aloja en mi inconsciente y me hace temer que me suceda algo malo. En buena medida, mi vida está dominada por el miedo. Si me someto a una actividad física continua, siento que puedo mantenerme bajo un manto protector y si abandonara esa práctica, perdería lo que tengo y volvería a caer en una desesperación de la que solamente podría sacarme un acontecimiento afortunado fortuito, y si esto no sucediera, las condiciones tan difíciles de mi existencia futura acabarían llevándome a una tumba prematura.

También asocio en mi mente el avance del kilometraje que recorro en bicicleta con un destino trágico, inevitable y aterrador de un individuo que me arruinó hace 17 años y a quien he odiado durante todo este tiempo. Racionalmente sé que esta idea está fuera de la realidad, pero al mismo tiempo tengo presente que suceden muchas cosas en nuestras vidas que no tienen una explicación lógica. Hace tiempo hice algo en contra de ese Judas que tuvo una seria afectación en su vida familiar y en su psiquis; no parece descabellado pensar que ese acontecimiento podría provocar un cataclismo en su vida; bien merecido se lo tendría el maldito.

Busco información sobre mi patología, el trastorno límite de la personalidad (TLP) y encuentro lo mismo una y otra vez. El asunto es que no sé qué es lo que en realidad busco, posiblemente una respuesta a qué es lo que me mantiene enfermo y por qué no puedo superar mi condición, pues pese a la enorme mejora en mi situación laboral, el problema de origen sigue presente. Y al pensar que ese problema es el resentimiento, aparece la respuesta y cobro conciencia de que no parezco ser capaz de perdonar. Hay gente que me ha hecho daño y ha enfrentado consecuencias por ello, cosa que si bien no resuelve mi problema, sí constituye una satisfacción.

Mi “amigo” David, que durante muchos años acumuló odio contra mí por sentirse despojado de algo que le correspondía por derecho (aptitud física, entiéndase desempeño deportivo), pudo cobrársela cuando me tuvo bajo sus órdenes y llevó el abuso al extremo. Indudablemente, el tipo es un hijo de puta y un perfecto cobarde. Él y su cónyuge (y en consecuencia sus hijos) han sido objeto de una humillación pública y el pedazo de maricón no ha salido en su defensa. Este golpe a su ego y al honor, aunado a los argumentos que describen el origen de su pobreza y su pequeñez personal, sus sentimientos de inadecuación e insignificancia, podrían destruir la precaria estabilidad que le ha permitido funcionar a lo largo de 50 años de vida, y ponerlo al borde de un precipicio. Si cae o no al vacío parece irrelevante. Si esta supuesta fantasía se hiciera realidad, sería de lo más interesante (y satisfactorio) ver la vida de este pedazo de basura destruida por la adversidad, producto de las acciones de un enemigo. Castigo merecido.

En cuatro meses se cumplirán ocho años de que murió mi padre y el odio que sentía contra él el día que se fue de este mundo, no ha disminuido un ápice. Pienso que para poder perdonarlo hace falta que mi vida cambie para bien y recupere aunque sea un poco de lo mucho que perdí por toda la devastación que ese monstruo provocó en mi existencia. Una mujer bellísima a quien conocí en fecha reciente me dijo que para dejar de ser una víctima hace falta empoderarse. Creo que puedo lograr esto encontrando nuevos intereses, o renovar los que ya tenía, persiguiendo objetivos, planeando mi futuro, decidiendo qué es lo que voy a hacer con lo que me queda de vida.

Te quiero, Kiowa.

lunes, 7 de septiembre de 2015

¿Qué te puedo ofrecer, mi amada K?

Existe una distancia geográfica entre Kiowa y yo. Ella radica en la ciudad número uno de nuestro país, yo en la número dos. Es bonito quererla, pero quisiera tenerla entre mis brazos y recorrer su bella dermis con mis labios  y amarla con pasión  y darle todo lo que ella necesita para sentirse plena…, y parece difícil porque si voy a superar mi condición de hombre al que no le ha sido posible adquirir lo que necesita y merece, queda un largo camino por recorrer.

Y esta mujer tan bella ha sufrido mucho. Puedo ver parte del origen de ello, pero mi visión es incompleta. Comprensiblemente, K teme que el interés y la fascinación que siento por ella se desvanezcan y por ello, pese a tratarme bien y obsequiarme buenas dosis de felicidad, mantiene una distancia prudente. Le pregunto si me quiere y ella me responde: todavía no. Y tengo algunas imágenes en las que además de su belleza física puedo percibir a un ser humano complejo, con grandes talentos, con una gran alegría y una gran tristeza y una necesidad de amar y ser amada; entonces quisiera haber vivido de otra manera para proporcionarle todo eso, y esto, por supuesto que constituye un contrasentido pues en esas circunstancias jamás nos habríamos conocido.

He dejado de vivir en la dependencia, en la improductividad y eso ha mejorado mi salud mental y mi calidad de vida, pero no puedo conformarme. Habrá que seguir adelante.

Te amo, K.

No todo es pobreza

Mi aislamiento no ha sido total ni mucho menos. Parte de mi experiencia ha sido indirecta, así denomino a lo que una persona asimila mediante la lectura o mediante cualquier mecanismo que le permita echar un vistazo al mundo exterior.

Cuando me practicaron un examen médico para ingresar a la empresa en la que trabajo, mi peso corporal en relación con mi estatura resultó óptimo. Lo mismo sucedió con el estado de mis pulmones y mi corazón, mi presión sanguínea, etc.

Pese a que mi trastorno límite de la personalidad (TLP) hace a quien lo padece muy proclive al abuso de sustancias, yo me he mantenido lejos de las drogas y las adicciones, no tengo sobrepeso y en cambio soy un deportista serio, y pese a no haber concluido una licenciatura (en ingeniería), tengo una formación académica muy sólida y mi nivel cultural es aceptable, de hecho muy por arriba del promedio.

Y sin embargo, estoy solo. No le soy muy atractivo al género femenino, aunque debo confesar que convivo poco con otras personas que no sean compañeros de trabajo. Mi interacción con otras personas es mayoritariamente virtual, por medio de redes sociales, sobre todo twitter.

Estoy en un capullo en el que mi existencia no es del todo satisfactoria, pero que parece un lugar acogedor para continuar indefinidamente. Subyace el temor a que el capullo se rompa, a caer al vacío, a regresar a la pesadilla de una vida de incertidumbre que con mucha frecuencia se convierte en un infierno.

Te amo, K.

Mi interacción con el mundo, el día de hoy

No sé si mi trastorno límite de personalidad (TLP) pueda explicar el aislamiento en el que he vivido, o la posibilidad de padecer una forma benigna de autismo, el Asperger, ayude a ello. Lo que sí sé, es que ahora tengo más contacto  con otras personas que en épocas pasadas. Mi vida ha parecido normal porque cuando fui niño, adolescente y joven, acudí a instituciones educativas cinco días por semana, igual que el resto del mundo. Tuve compañeros y maestros y vecinos y familiares, además de mi familia nuclear. Sin embargo, cuando llegué a la edad adulta, me encerré en mi habitación, en mi dormitorio para estudiar y aprender lo que no había aprendido en muchos años desde que pisé por primera vez una escuela. Evité trabajar porque pensé que si lo hacía, no me quedaría tiempo ni energía para estudiar. Estudié y aprendí, pero mi aislamiento del mundo me provocó un sufrimiento muy intenso porque me sentía solo, vivía sin recursos económicos y en medio de una familia disfuncional en un infierno de violencia.

Me convertí en un adulto, fisiológicamente, pero seguí viviendo como un menor de edad, dependiendo económicamente de otras personas, incapaz incluso de ganar lo mínimo para mis necesidades más básicas. A los 33 años tuve una oportunidad (fue más bien un espejismo) y cuando esta se esfumó, caí en un infierno de enfermedad, pobreza, aislamiento y pobreza. No hace mucho, mi bío en twitter decía: he llegado al medio siglo de vida y me dedico a leer, a traducir, a andar en bicicleta, y a esperar que se acabe mi existencia. Recuerdo que hace cuatro años, cuando comenzó a atenderme la psiquiatra Fabiola, me preguntó qué esperaba de la vida, a lo que yo respondí: nada. Le dije entonces que había vivido tantos años en la desesperación que mi voluntad de vivir estaba completamente quebrantada: quisiera haber muerto hace años, no quisiera estar vivo.

Los años que siguieron fueron una vez más de improductividad, desempleo con su consecuente pobreza, soledad, abatimiento y una falta de interés en todo. La soledad era permanente. Recuerdo que una vez le dije a una psicóloga en atención telefónica que en 24 horas solamente había cruzado palabra con otro ser humano al efectuar un pago en una farmacia, y sin embargo, el dolor ahora era mínimo. Anedonia.

Y así, conozco muy poco del mundo real, a pesar de que nunca he estado privado de mi libertad, ni en coma ni nada parecido. He vivido en una prisión, una en la que los barrotes son invisibles, pero tan fuertes como el titanio.

Una hermosa mujer en mi vida, llamémosle K

Ha pasado una semana durante la cual he tenido mucha comunicación con K, bella dama a la que conocí en una red social y que sucede que es psicóloga.

Necesito querer y que me quieran y así se lo he expresado a K. Le dije en una conversación telefónica


que quisiera poder tenderme con ella en el sofá de la sala de mi casa o en mi cama y abrazarla y platicar así muchas horas y dormir, e hice mucho énfasis en esta palabra, dormir. Ella me expresó con bastante sentido del humor que eso no sería satisfactorio y entonces pude preguntarle si haría el amor conmigo aclarándole que yo no le había expresado ese deseo porque no quería que pensara que eso era todo lo que yo buscaba en ella. El ejercicio de nuestra sexualidad sería parte de un todo. Me maravilló entonces la mentalidad de esta mujer tan hermosa y tuvimos sexo a distancia, expresando con toda claridad y de forma 100 por ciento explícita lo que quisiéramos hacer y sentir.
Estoy enamorado de K, en este momento es la mujer más hermosa del mundo.

Esto es un bello sentimiento que me inspira y me saca de mi soledad en buena medida, pero no pierdo de vista que mi realidad dificulta mucho que mi sueño de tener alguien a quien amar, se haga realidad. Estoy en una buena situación porque desde hace cuatro meses tengo empleo, pero no he planeado qué es lo que voy a hacer con mi vida y aparte de trabajar (quiero comentar que he tenido buen desempeño), no he hecho nada que no sea llenar las horas durante las que no duermo, de actividad improductiva para pasar el tiempo y matar el aburrimiento. Mi situación es buena, pero sigo aplazando mi responsabilidad mayor: trazar una trayectoria, plantearme un objetivo y perseguirlo.

Te amo, K.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Personas con rasgos Asperger, ¿es mi caso?

En el artículo que me envió mi querida K, se mencionan características y todo aquello que tiene que ver con pacientes con rasgos asperger. Es mi intención comentar sobre algunas de ellas.

Las personas con “rasgos asperger”, con frecuencia han crecido en hogares con poca empatía parental.

Mi papá murió hace siete años y ocho meses, y fue el padre más violento, embrutecido y pendejo que me pudo tocar. Ha sido difícil perdonarlo, en parte porque no he hecho el intento simple y sencillamente porque no puedo. Creo que perdonar no está en mí. He pensado que si llego a superar mis problemas y a recuperar por lo menos parte de lo que perdí, es decir, si mejora mi calidad de vida, dejaré de odiarlo. En este momento estoy mejor que nunca y me siento bien, pero llevo encima la pesada carga del resentimiento y estar consciente de ello, de que el resentimiento pesa mucho, es sólo el primer paso para dejar de odiar y no sé si quiero dar el paso siguiente.

Estas personas presentan una manera peculiar de pensar y actuar, su lenguaje es poco usual, tienen unas preocupaciones personales muy particulares, una conducta perseverante casi obsesiva, algunos pueden presentar movimientos descoordinados o torpes, y muchos sobresalen por sus capacidades intelectuales aunque presentan dificultades de aprendizaje, atención y organización que son más frecuentes en las áreas que requieren una comprensión simbólica.

Honestamente no sé si mi manera de pensar y actuar sea peculiar, muy probablemente sí. Si bien detesto a las personas que se sienten dueñas de la verdad, escuchar ideas de gente cuyos pensamientos son muy diferentes a los míos me llena de enojo, que expreso con argumentos claros y correctos, pero frecuentemente con palabras muy ofensivas.

A este respecto, hay algo que considero especialmente importante: doy una enorme importancia a la apariencia física de las personas. Consecuentemente, le doy una tremenda importancia a la mía. Le doy más importancia a la apariencia de los hombres, no porque me sienta atraído por ellos (estoy bien seguro de mi heterosexualidad), sino porque por alguna razón, me revuelve el estómago ver un individuo con sobrepeso, con poca masa muscular, desprovisto de características masculinas tales como una espalda ancha, una cintura pequeña, y piernas macizas sin tejido adiposo ni demasiado delgadas.

La explicación para esto podría hallarse en mi llegada a la pubertad, al inicio de mi desarrollo, al inicio de la transición que lleva a un niño a la edad adulta. Era yo excesivamente delgado y debilucho, con un buen cociente intelectual pero con un desempeño académico muy pobre y que participaba poco en juegos con mis compañeros; mi desempeño físico era tan pobre, que rara vez hacía algo que implicara algún tipo de competencia. Sin embargo, siempre había sido muy activo aunque cuando practicaba algún deporte, tendía a hacerlo en solitario. Llegando a la adolescencia, comencé a saltar la cuerda y unos años más tarde, a correr en la calle. Estas actividades me ayudaron a superar mis problemas de coordinación y ayudaron en mi desarrollo, aunque seguía siendo un muchacho muy delgado y poco potente, era medianamente competitivo en los deportes, en los que empezaba a participar; pero volviendo al asunto de la apariencia física, pensé que había hecho un enorme esfuerzo, digno de reconocimiento, para superar una deficiencia importante (todavía lo creo) y ver hombres con un aspecto físico deplorable comenzó a despertar en mí un intenso desprecio.

En la actualidad, a mis 51 años, mido 1.80 m (con zapatos) y peso alrededor de 75 kg. Si bien no poseo el atractivo de un deportista profesional o de alto rendimiento, mi anatomía parece mejor que la de un gran número de hombres de mi edad, podría decir que la mayoría. Para lograr esto, he invertido una gran cantidad de tiempo y energía, pues ha habido periodos en mi vida en los que he ganado peso, como cuando comencé con el tratamiento con valproato de magnesio, un antidepresivo y risperidona, en el que gané unos 6 kg. Durante un tiempo prolongado, me fue imposible perder talla y peso, pero una vez que me apliqué a entrenar en mi bicicleta de carreras, cuando pude llegar a 10 horas de práctica por semana, perdí peso y recuperé mi aspecto físico, que es el único que puedo aceptar.

Creo que los párrafos anteriores hablan sobre preocupaciones personales muy particulares y una conducta perseverante casi obsesiva. Ahora me referiré a mis capacidades intelectuales (que no son excepcionales, pero sí parecen estar arriba del promedio).

Continúo en la siguiente entrada.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Síndrome de Asperger, segunda parte

El artículo menciona comportamientos, intereses y actividades de personas con síndrome de Asperger restringidas y repetitivas y algunas veces tienen una intensidad o un enfoque anormal.

Menciona también áreas de interés específicas y muy reducidas, tales como coleccionar volúmenes de información detallada sobre un tópico relativamente reducido tal como datos del clima o nombres de las estrellas, sin tener necesariamente una comprensión genuina del tópico de forma más amplia. Pone como ejemplo a un niño que memoriza los números de modelo de cámaras fotográficas, sin tener un interés en la fotografía.

También habla de comportamientos motores estereotipados o repetitivos como el núcleo del diagnóstico de AS. Incluye movimientos con las manos tales como aplaudir, y movimientos complejos que se hacen con todo el cuerpo. Estos son repetidos típicamente en manifestaciones más prolongadas y se ven más voluntarias o ritualistas que los tics, que generalmente son más rápidos, menos rítmicos y frecuentemente menos simétricos.

De acuerdo con la prueba de diagnóstico para la evaluación de Asperger en adultos, es común una falta de interés en la ficción y una preferencia definitiva por la no-ficción, en adultos que padecen AS.

Hablando de mí, me resulta difícil recordar ciertos aspectos de mi infancia. No recuerdo haber presentado ese tipo de comportamientos, como memorizar números, pero sí recuerdo que el piso del baño, por ejemplo, estaba cubierto con pequeños azulejos de forma pentagonal o hexagonal, y agrupados en número de siete, semejaban el rostro de un caballero medieval, que usa barba y bigote y lleva puesto su yelmo. Por otra parte, cuando viajábamos por carretera (cosa bastante frecuente) sobre todo durante la noche, yo observaba esos pequeños postes que no miden más de 50 cm en la orilla de la carretera, sobre todo en las curvas, e imaginaba que era un piloto aviador en un avión de combate, que rafagueaba con mis ametralladoras a cada uno de esos postes, que en mi mente era un avión de combate de la potencia enemiga. Así, en unas horas, derribaba más cazas que todo un escuadrón en la Segunda Guerra Mundial.

Al llegar a la pubertad, me interesé en la actividad física. No sé de dónde me nació la idea y el deseo de ponerme en forma (algo bastante afortunado) y la primera manifestación fue hacerme de un tramo de cuerda, como la que se usa en los cortineros, y dedicar largas sesiones encerrado en mi recámara, a saltar la cuerda. Años más tarde, vendría la carrera a pie, que por supuesto, tenía que hacer en exteriores, al aire libre, pero que hice todo el tiempo en solitario. Con el paso del tiempo, ya en la temprana edad adulta, cambié  al ciclismo de ruta, que a mis 51 años sigo practicando. Quisiera mencionar aquí algo que considero importante. Mucho del entrenamiento que hago lo hago en rodillos (rollers) sinónimo de ciclismo estacionario. Esta actividad es repetitiva, evito la monotonía variando mucho la intensidad y escuchando música, pero tiene como característica que la hago en solitario e indudablemente constituye un ritual. Lo he hecho desde hace 23 años (con algunas discontinuidades) y así he recorrido miles de kilómetros, posiblemente decenas de miles de kilómetros. Por supuesto que también hago recorridos en el exterior, que son más placenteros porque en ellos la monotonía está ausente.

Tengo aversión a ciertos números. Por ejemplo, en este momento, la lectura del odómetro anda arriba de los 8000 km y en otras épocas, esto me causaba una profunda inquietud y preocupación, sintiendo que iba a pasarme algo desafortunado. Ahora he superado esto, pero evito escribir en un cuaderno la fecha y el kilometraje del odómetro por temor a que ello me traiga mala suerte, sabiendo muy bien que esto es irreal y absurdo.

Desde que aprendí a leer, he mostrado un gusto por la lectura (de hecho fue mediante la lectura que aprendí un idioma extranjero, el inglés) y procuro leer. En mi caso, yo no muestro una preferencia por la no- ficción. En este momento estoy leyendo dos libros (en inglés) que ya había leído en años anteriores: To kill a mockingbird, de Harper Lee, e Ivanhoe, de Walter Scott. Me gusta leer no ficción, pero la literatura, la novela es una de mis grandes pasiones.

Síndrome de Asperger, primera parte

No deseo hablar sobre el aspecto de la interacción social en el SA (síndrome de Asperger) porque no parezco encajar en sus características. Solamente quisiera mencionar que hay algo de mi infancia que recuerdo con mucha claridad. Cuando era un niño y hasta la pubertad, cuando me presentaban a una persona adulta en presencia de mi padre, yo bajaba la voz, desviaba la mirada y murmuraba palabras ininteligibles. Mi padre, ese mal individuo, me llamaba la atención y estaba siempre muy al pendiente de que yo no siguiera repitiendo esa conducta, que él consideraba extraña, inapropiada e inexplicable.

Durante muchos años pensé que se debía a que había padecido un tremendo maltrato desde mi muy temprana infancia  y eso había impedido que desarrollara la mínima autoestima y por tanto, que me avergonzara de mí mismo. Hasta este momento, no sé si estaba en lo correcto o si esta incapacidad de comportarme como se esperaba de mí en situaciones sociales, pudiera tener algo que ver con esta forma benigna de autismo, con el síndrome de Asperger.
 

Aparece K en mi vida, una dama muy bella


En una red social me encontré con una dama joven, en sus treintas, que en su avatar muestra un rostro bello, de rasgos finos, piel de una tonalidad muy bonita, ojos oscuros y pelo negro y sedoso. Tuve comunicación ocasional que paulatinamente fue haciéndose más frecuente y en un momento dado pudimos comunicarnos haciendo uso de las modernas tecnologías: Smartphone y whats’up.

Nunca me imaginé que K fuera psicóloga. Le llamé y en nuestra segunda conversación ella me lo dijo. K me inspiró confianza y le confesé que soy paciente psiquiátrico y que tomo medicamentos todos los días, dos veces, cada doce horas. Mi tratamiento consiste en un estabilizador del estado de ánimo, un antidepresivo y un antipsicótico; mi diagnóstico: TLP.

Seguimos hablando sobre nosotros y en algún momento invité a esta dama a leer mi blog, ya me había impresionado favorablemente su nivel intelectual y su preparación. Yo tenía modestos conocimientos de psicología por lo que he leído y porque he hecho trabajo de traducción de esa rama del conocimiento.

K leyó la última entrada de mi blog, que aparece al principio (los últimos serán los primeros) y me comentó que parecía síndrome de Asperger. Yo había escuchado el término, pero no tenía ni la más remota idea de lo que era  eso. También había oído hablar de autismo, pero nunca me interesó, porque parecía no tener nada que ver conmigo.

Ahora que he leído un poco sobre Asperger, me doy cuenta de que existe una cierta probabilidad de que sea un componente de mi comorbilidad, si bien algunas características definitivamente no encajan en mí, o yo no encajo en ellas.

Bueno, para terminar esta entrada, quisiera mencionar algo que K sabe: que me siento muy atraído por ella, que me ha impresionado mucho y que siento afecto por su persona; en otras palabras, que la quiero.

Ojalá quiera permanecer en mi vida.