En los últimos tres días he sido constante en levantarme temprano y pedalear con energía en el equipo que constituyen mi bicicleta de carrera y mis rodillos de equilibrio. Me he despertado durante la noche, en las horas de la madrugada permaneciendo despierto un tiempo indeterminado para volver a conciliar el sueño y despertar y alrededor de las 6:30 horas, saliendo de la cama poco antes de las 7:00.
Tomando en cuenta la hora a la que me quedo dormido, antes de la media noche, y la hora a la que salgo de la cama, ya por la mañana, parecería que no tengo un déficit de sueño, pero habría que considerar que estoy haciendo ejercicio y necesito más descanso, y que la interrupción del ciclo de sueño en la madrugada me impide tener un sueño reparador. En este momento siento un malestar acusado y un estrés considerable. Para colmo, continuamente tengo cerca de mí a Miguel, un adolescente que es algo así como office boy en mi lugar de trabajo, cuyo comportamiento me pone de malas.
Estos días tengo poco trabajo, a diferencia de mis compañeros que están trabajando bajo mucha presión. Esto no me ayuda en absoluto, pues aparece el tedio y el aburrimiento. Comencé a revisar la traducción de un manual de habilidades de laboratorio (químico) que dejé inconcluso, pero la verdad es que no logro interesarme en el material. Acabo de abrir un archivo de notas sobre química analítica y comienzo a leerlo, a “machetearlo” y me cuesta trabajo por la presencia de este muchacho Miguel, además de que tengo sueño, siento cansancio muscular y me duele una contractura muscular en un hombro.
Mi mente se remonta a mis años escolares, no a la enseñanza básica, ni a la media sino a la superior, la universidad, cuando me estaba yendo muy mal porque ya estaba enfrentando las consecuencias de haber aprendido muy poco durante todos los años anteriores. El asunto es que había una explicación para ello, sin que lo supiera, padecía TDAH y en consecuencia, problemas de aprendizaje. Me viene esta vivencia a la cabeza porque me resulta difícil concentrarme al intentar asimilar la definición de “solución.” Me enfoco en los términos “química”, “mezcla homogénea”, “fase”, dejando para un poco más adelante los términos “disolver”, “soluto” y “solvente”.
Mi narrativa da un salto abrupto porque mi mente hace lo propio, a haber vivido desde una edad muy temprana como un delincuente al que se le está castigando por sus numerosos crímenes. Y he ahí el origen del odio hacia mi padre. El pendejo bueno para nada me escogió para hacerme culpable de todo lo que estaba mal en su vida, y con el paso de los años, de todo lo que estaba mal en el mundo. Para aclarar un poco esta idea debo decir que desde el principio obtuve malas calificaciones en la escuela, algo difícil de justificar porque en ciertas asignaturas era muy competente y superaba al resto de mis compañeros; al desenvolverme en casa y en la escuela, resultaba evidente que mi cociente intelectual era bastante bueno, pero mi aprovechamiento era bastante malo. Mi padre tomaba eso como un pretexto para maltratarme y hacerme sentir culpable, inútil, digno de desprecio y un motivo de deshonra para toda la familia.
Para cualquier persona adulta con una mínima capacidad para sentir empatía debería ser fácil entender el sufrimiento que provoca vivir así, y sin embargo es de lo más difícil encontrar gente que lo comprenda y en su lugar encuentra uno por todas partes personas que juzgan y muestran furia y desprecio por alguien que no les ha hecho ningún daño y cuya forma de vida no les afecta de ninguna manera.
Mi padre era la clase de persona que nunca debió tener hijos, o mejor aún, la clase de persona que nunca debió venir a este mundo. Odiaba a su padre con toda su alma (en el supuesto de que la tuviera), pero su cobardía le impidió manifestárselo, pues mi abuelo, ese viejo decrépito, maldito y pendejo sí fue responsable de los problemas de mi progenitor; y mi papá, en lugar de manifestarle su odio a ese padre terrible que tuvo, la tomó conmigo. El progenitor pendejo e imbécil que tuve no buscaba quién se la había hecho, sino quién se la pagara. Para completarla, el pedazo de cerdo tenía un carácter sádico, su comportamiento cobarde, el tundirle a alguien más débil que no podía presentar ninguna defensa posible y ni siquiera comprendía lo que estaba pasando, le proporcionaba una satisfacción continua si bien efímera, por lo que había que repetir el comportamiento para volver a conseguir la gratificación; mientras tanto, la salud mental de su hijo se deterioraba, se gestaba la enfermedad mental, se fraguaba la ruina y la destrucción de su existencia.
Y el mundo dice que hay que honrar a los padres y que no tenemos derecho a juzgarlos. La pendejez no conoce límites.
Tomando en cuenta la hora a la que me quedo dormido, antes de la media noche, y la hora a la que salgo de la cama, ya por la mañana, parecería que no tengo un déficit de sueño, pero habría que considerar que estoy haciendo ejercicio y necesito más descanso, y que la interrupción del ciclo de sueño en la madrugada me impide tener un sueño reparador. En este momento siento un malestar acusado y un estrés considerable. Para colmo, continuamente tengo cerca de mí a Miguel, un adolescente que es algo así como office boy en mi lugar de trabajo, cuyo comportamiento me pone de malas.
Estos días tengo poco trabajo, a diferencia de mis compañeros que están trabajando bajo mucha presión. Esto no me ayuda en absoluto, pues aparece el tedio y el aburrimiento. Comencé a revisar la traducción de un manual de habilidades de laboratorio (químico) que dejé inconcluso, pero la verdad es que no logro interesarme en el material. Acabo de abrir un archivo de notas sobre química analítica y comienzo a leerlo, a “machetearlo” y me cuesta trabajo por la presencia de este muchacho Miguel, además de que tengo sueño, siento cansancio muscular y me duele una contractura muscular en un hombro.
Mi mente se remonta a mis años escolares, no a la enseñanza básica, ni a la media sino a la superior, la universidad, cuando me estaba yendo muy mal porque ya estaba enfrentando las consecuencias de haber aprendido muy poco durante todos los años anteriores. El asunto es que había una explicación para ello, sin que lo supiera, padecía TDAH y en consecuencia, problemas de aprendizaje. Me viene esta vivencia a la cabeza porque me resulta difícil concentrarme al intentar asimilar la definición de “solución.” Me enfoco en los términos “química”, “mezcla homogénea”, “fase”, dejando para un poco más adelante los términos “disolver”, “soluto” y “solvente”.
Mi narrativa da un salto abrupto porque mi mente hace lo propio, a haber vivido desde una edad muy temprana como un delincuente al que se le está castigando por sus numerosos crímenes. Y he ahí el origen del odio hacia mi padre. El pendejo bueno para nada me escogió para hacerme culpable de todo lo que estaba mal en su vida, y con el paso de los años, de todo lo que estaba mal en el mundo. Para aclarar un poco esta idea debo decir que desde el principio obtuve malas calificaciones en la escuela, algo difícil de justificar porque en ciertas asignaturas era muy competente y superaba al resto de mis compañeros; al desenvolverme en casa y en la escuela, resultaba evidente que mi cociente intelectual era bastante bueno, pero mi aprovechamiento era bastante malo. Mi padre tomaba eso como un pretexto para maltratarme y hacerme sentir culpable, inútil, digno de desprecio y un motivo de deshonra para toda la familia.
Para cualquier persona adulta con una mínima capacidad para sentir empatía debería ser fácil entender el sufrimiento que provoca vivir así, y sin embargo es de lo más difícil encontrar gente que lo comprenda y en su lugar encuentra uno por todas partes personas que juzgan y muestran furia y desprecio por alguien que no les ha hecho ningún daño y cuya forma de vida no les afecta de ninguna manera.
Mi padre era la clase de persona que nunca debió tener hijos, o mejor aún, la clase de persona que nunca debió venir a este mundo. Odiaba a su padre con toda su alma (en el supuesto de que la tuviera), pero su cobardía le impidió manifestárselo, pues mi abuelo, ese viejo decrépito, maldito y pendejo sí fue responsable de los problemas de mi progenitor; y mi papá, en lugar de manifestarle su odio a ese padre terrible que tuvo, la tomó conmigo. El progenitor pendejo e imbécil que tuve no buscaba quién se la había hecho, sino quién se la pagara. Para completarla, el pedazo de cerdo tenía un carácter sádico, su comportamiento cobarde, el tundirle a alguien más débil que no podía presentar ninguna defensa posible y ni siquiera comprendía lo que estaba pasando, le proporcionaba una satisfacción continua si bien efímera, por lo que había que repetir el comportamiento para volver a conseguir la gratificación; mientras tanto, la salud mental de su hijo se deterioraba, se gestaba la enfermedad mental, se fraguaba la ruina y la destrucción de su existencia.
Y el mundo dice que hay que honrar a los padres y que no tenemos derecho a juzgarlos. La pendejez no conoce límites.
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