lunes, 7 de septiembre de 2015

Mi interacción con el mundo, el día de hoy

No sé si mi trastorno límite de personalidad (TLP) pueda explicar el aislamiento en el que he vivido, o la posibilidad de padecer una forma benigna de autismo, el Asperger, ayude a ello. Lo que sí sé, es que ahora tengo más contacto  con otras personas que en épocas pasadas. Mi vida ha parecido normal porque cuando fui niño, adolescente y joven, acudí a instituciones educativas cinco días por semana, igual que el resto del mundo. Tuve compañeros y maestros y vecinos y familiares, además de mi familia nuclear. Sin embargo, cuando llegué a la edad adulta, me encerré en mi habitación, en mi dormitorio para estudiar y aprender lo que no había aprendido en muchos años desde que pisé por primera vez una escuela. Evité trabajar porque pensé que si lo hacía, no me quedaría tiempo ni energía para estudiar. Estudié y aprendí, pero mi aislamiento del mundo me provocó un sufrimiento muy intenso porque me sentía solo, vivía sin recursos económicos y en medio de una familia disfuncional en un infierno de violencia.

Me convertí en un adulto, fisiológicamente, pero seguí viviendo como un menor de edad, dependiendo económicamente de otras personas, incapaz incluso de ganar lo mínimo para mis necesidades más básicas. A los 33 años tuve una oportunidad (fue más bien un espejismo) y cuando esta se esfumó, caí en un infierno de enfermedad, pobreza, aislamiento y pobreza. No hace mucho, mi bío en twitter decía: he llegado al medio siglo de vida y me dedico a leer, a traducir, a andar en bicicleta, y a esperar que se acabe mi existencia. Recuerdo que hace cuatro años, cuando comenzó a atenderme la psiquiatra Fabiola, me preguntó qué esperaba de la vida, a lo que yo respondí: nada. Le dije entonces que había vivido tantos años en la desesperación que mi voluntad de vivir estaba completamente quebrantada: quisiera haber muerto hace años, no quisiera estar vivo.

Los años que siguieron fueron una vez más de improductividad, desempleo con su consecuente pobreza, soledad, abatimiento y una falta de interés en todo. La soledad era permanente. Recuerdo que una vez le dije a una psicóloga en atención telefónica que en 24 horas solamente había cruzado palabra con otro ser humano al efectuar un pago en una farmacia, y sin embargo, el dolor ahora era mínimo. Anedonia.

Y así, conozco muy poco del mundo real, a pesar de que nunca he estado privado de mi libertad, ni en coma ni nada parecido. He vivido en una prisión, una en la que los barrotes son invisibles, pero tan fuertes como el titanio.

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