En abril del año en curso, sucedió algo que no parecía posible: fui contratado para un empleo en el que mi actividad es intelectual, a diferencia de los empleos que tuve en el pasado, como operador —eufemismo de la palabra obrero—, trabajo denigrante cuando se cuenta con una preparación académica sólida y un buen cociente intelectual.
En este momento mi situación es buena, y la directora de mi departamento me considera eficiente y responsable, disciplinado y confiable, cosa que yo agradezco mucho. Me resulta satisfactorio el proceso de mi trabajo, el leer cada línea, cada párrafo en inglés, para escribirlo en español, pues esto involucra un conocimiento especializado que incluye una comprensión de las matemáticas necesarias para entender lo que estoy haciendo, evitando así cometer errores inaceptables e incluso detectar los que vienen en documentos de origen. Al terminar el día siento la satisfacción de haber sido productivo, útil, orgulloso por lo que hago. Al mismo tiempo me llama la atención que sigo sintiendo un malestar generalizado por lo difícil que ha sido mi vida, específicamente por la violencia de la que he sido objeto, proveniente principalmente de personas cercanas a mí, como los miembros de mi familia nuclear (en primer lugar mi papá), y amigos, conocidos, parientes, vecinos y personas que se supone están para ayudar, como los profesionales de la salud mental.
Sé que debo de deshacerme de los recuerdos dolorosos, si no borrarlos, sí guardarlos en algún compartimento profundo donde sirvan como conocimiento acumulado, como experiencia, de donde no puedan salir sin que yo les llame, para poder vivir el aquí y el ahora. Tengo 51 años y mis pérdidas han sido gigantescas. Como si esto no fuera suficiente, gente como Jeffery, el esposo de Mónica, mi hermana gemela, ha mantenido una actitud de desprecio hacia mi persona durante 13 años, un acto de violencia cobarde e infame, absolutamente injustificable. Enrique, esposo de mi hermana Yolanda, un individuo con escolaridad primaria, con un cociente intelectual bajo, inculto, ignorante y holgazán, mantenido, padrote frustrado, ha querido colocarse por encima de mí y me ha atacado durante los 22 años que ha estado casado con mi hermana. Si bien es cierto que mi padre estudió ingeniería y no tenía ningún conocimiento sobre salud mental, eso no justifica el trato cruel e injusto al que me sometió desde el día que nací hasta que se fue de este mundo, porque un ser humano debe de tener sentimientos que al conectarse con la mente le indiquen que el desempeño inadecuado de otro ser humano tiene su origen en una incapacidad para funcionar que por supuesto es involuntaria. Mi padre era un hombre violento, embrutecido, inhumano, incompetente, destructivo y despiadado sin la menor comprensión de nada, que no conforme con haber hecho todo mal, trató de arrastrarme con él a la tumba, a una muerte prematura.
Hablar de perdón, con la ligereza que caracteriza a las personas que no tienen una mínima comprensión del ser humano, resulta idiota, si no obsceno.
Paso mucho tiempo pensando en los acontecimientos frustrantes que me ocurren cotidianamente, gastando energía psíquica con estas cavilaciones inútiles e improductivas, imaginando además situaciones posibles, pero altamente improbables. También tengo una memoria que parece prodigiosa, que me permite recordar sucesos que ocurrieron hace cuarenta años o más y sentir una furia y un malestar intenso contra personas a las que no he visto en muchos años y que muy probablemente no voy a volver a ver en lo que me quede de vida.
Pienso en gente como David, el individuo perverso, traidor, pérfido y cobarde que me asestó una puñalada por la espalda y lo busco en internet continuamente, con la esperanza de enterarme de que le ha ocurrido una tragedia y su vida está arruinada, que su existencia será miserable a partir de ahora sin la menor esperanza de que algún día se recupere. Sé que no voy a encontrar nada sobre él en la red, y sin embargo lo busco.
Al mismo tiempo, quiero comentar que tengo la firme convicción de que ese traidor es un individuo destructivo, que deforma la realidad a su conveniencia y falta a la verdad sin el menor pudor y esas características provocan que ese tipo de personas hagan mucho daño a quienes tienen cerca (su familia, muy probablemente) como hizo mi padre, pero al final acaban destruyéndose a sí mismas y no tienen ninguna posibilidad de evitar ese final aterrador. Más aún, su narcisismo maligno, que los saca de la realidad, les provoca una necesidad de sentirse apreciados y admirados por sus allegados, y antes de dejar este mundo, ya son odiados y despreciados por todas aquellas personas a las que dañaron en mayor o menor medida. El cerdo que tuve por padre dejó un recuerdo de devastación y lo mismo le va a pasar a David.
Esto no sucede porque yo lo desee, sino porque las malas acciones tienen consecuencias. Cuando una persona atenta en contra de otra, se hace daño a sí misma; esta idea podría parecer un cliché, pero eso no la hace menos cierta.