martes, 6 de diciembre de 2016

Evento obligatorio en el trabajo, tremendo desacierto


Me levanto veinte minutos antes de las cinco y bajo a la sala, donde tomo una taza de café con pan mientras escucho radio, después de lo cual como avena hervida en agua con pasas, sin azúcar para subir inmediatamente a bañarme, con agua fría.

Tomar un baño con agua fría, helada cuando se aproxima el invierno, me hace verme a mí mismo como un individuo fuerte. Pienso en muchos hombres de mi edad y más jóvenes (incluso mucho más jóvenes) que tienen que bañarse con agua tibia o caliente y si no tuvieran eso a su disposición muy probablemente evitarían bañarse con agua fría y los veo como débiles, carentes de virilidad y de hombría.

De la mano va mi dedicación al deporte, mi práctica del ciclismo y ocasionalmente ejercicios de musculación. Mencionaba en otra entrada que le doy mucha importancia a mi apariencia física, que parece no ser algo inusual en alguien que padece el trastorno límite de la personalidad, borderline, y que también es común en quienes padecen el trastorno histriónico de la personalidad.

Ayer se nos anunció en una junta laboral que quienes pertenecemos a este departamento, vamos a tener una comida en un restaurant caro, por lo cual se nos pide una cooperación de 150 pesos y ahí mismo se va a llevar a cambio el intercambio de regalos, que consistirá en una botella de vino o de licor, todo esto con carácter de obligatorio. Esto es un gancho al hígado, de hecho un abuso.

El jueves de la semana pasada se me vino una crisis que comenzó porque en mi departamento se me excluyó en la conmemoración del día del químico (que no soy), pero mi puesto es ‘químico traductor’ y paso la mayor parte del tiempo traduciendo archivos maestros de fármaco. Esa crisis no terminó hasta en la noche, cuando le llamé a mi jefa a su teléfono celular.

En la oficina hay un número de personas con las que tengo una buena relación personal, que no se limita a hablar de asuntos de trabajo; con otras personas platico un poco, de una manera un tanto hipócrita porque es necesario evitar la hostilidad y el conflicto en la medida de lo posible, mientras que a otras personas no les doy ni los buenos días y solamente trato con ellas por asuntos de trabajo, de otra manera no.

Este evento indeseado y obligatorio tiene su origen en que recientemente se dieron a conocer los resultados de la encuesta de clima laboral y mi departamento salió muy mal. Tengo la seguridad de que obligarnos a convivir y a sonreírnos y a ‘ser felices’ de una manera organizada constituye un desacierto monumental. Me recuerda mi infancia, adolescencia y juventud en que en mi familia teníamos que celebrar la Navidad, pese a que pasábamos el resto del año haciéndonos la guerra atrapados en una tremenda violencia, y quien nos obligaba a este disparate era el patán violento pendejo e idiota que tuve por padre, con la complicidad y participación de mi madre. Fue así como empecé a detestar esta fecha en la que supuestamente se celebra el nacimiento del hijo de Dios; nosotros la celebrábamos sometiéndonos a un ritual grotesco y absurdo en el que teníamos que felicitarnos unos a otros reprimiendo la animadversión y la hostilidad que llevábamos en nuestro interior.

Algo que se debería de hacer para mejorar el clima laboral sería poner un poco de orden y disciplina, evitar que Omar y Jorge, el par de bobalicones estuvieran haciendo sus chistecitos que solamente a ellos les hacen gracia y el resto de los ocupantes de la oficina tuviéramos que estar escuchando sus estupideces.

Otra cosa sería poner los aparatos de aire acondicionado a una temperatura que refrescara toda la oficina sin que nadie tuviera la posibilidad de ponerlos a la temperatura que le pega la gana, obligando a otros a trabajar con incomodidad porque en otras áreas hace calor. Análogamente, la directora debería tener conciencia de lo incompetente, inútil y mal intencionada que es la ‘supervisora de aseguramiento de la calidad por diseño’ que nomás no da una y en sus actividades que involucran manejo de personal, privilegia a unos en perjuicio de otros.

Para el intercambio, se repartirán números que corresponden a cada empleado, es decir, a quien le toque el número 1 le dará obsequio al compañero a quien se haya adjudicado ese número, pero no sabrá quién es hasta el día en que celebraremos dicho intercambio. Esto se hace con la intención de que a quien le toque alguien que le resulta desagradable o con quien tiene una enemistad, no pueda evitar darle obsequio y el obligado abrazo. Esto no es sano en absoluto, y si me toca una de esas personas a las que detesto, no pienso ni siquiera estrecharle la mano, mucho menos darle un abrazo.

Tengo buena opinión de la directora de mi departamento, pero esta vez creo que se equivocó de todo a todo.

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