Me imagino que este coctel de medicamentos me ayuda a ser funcional, a trabajar y ser capaz de sostener mi empleo sin problemas (por ejemplo, evitando algún incidente que pudiera dar lugar a que me despidieran), pero también es cierto que tienen efectos secundarios y uno que me está afectando actualmente es la ganancia de peso.
Mi peso corporal anda arriba de 85 kg y esto me resulta incómodo y trastorna en buena medida la imagen que siempre he tenido de mí mismo. He hecho esfuerzos por incrementar el número de horas de entrenamiento en bicicleta y por mejorar mi alimentación y en lo segundo he tenido un éxito relativo; en lo primero sigo casi igual.
La semana pasada (del 5 al 11 de diciembre) recorrí 135 km repartidos en cuatro días, un kilometraje verdaderamente muy bajo. Si no consigo elevar el número de horas por semana (y en consecuencia el kilometraje) no será posible perder peso de modo que vuelva a ser un hombre delgado, y la verdad eso me preocupa porque mi autoestima depende en mucho de eso.
Pero, ¿qué sucedería si dejara de tomar los medicamentos? La verdad, intentarlo suena bastante arriesgado. Hagamos un recuento de lo que ha sido este año, 2016.
En el último sábado de enero desayuné con Laura, mi querida amiga y ese fue un evento que me motivó en buena medida para el resto del año. A finales de febrero me atendió la psicóloga Carolina y en las semanas que siguieron me dio siete sesiones. La combinación de estos dos eventos me mantuvo muy inquieto porque estas dos damas fueron protagonistas en algo que sucedió durante el 2008, un año crucial y al mismo tiempo uno de los más difíciles de mi vida. Durante las semanas que siguieron (que se convirtieron en meses), me surgieron una serie de inquietudes que me mantuvieron en buena media alejado de la actividad física porque por las tardes, en lugar de ejercitarme, buscaba hablar con alguna psicóloga vía telefónica sobre mis impresiones sobre una de estas psicólogas y la importancia que ocupa en mi vida, además de mis sentimientos hacia ella.
A finales de abril cumplí 52 años de edad y un año en mi empleo. Como me ha sucedido muchas veces desde que llegué a los 35 años, en los días posteriores a mi cumpleaños se me vino una crisis porque sentí que pese a que mi situación laboral es buena, debí llegar a esta edad en condiciones mucho mejores; además esta crisis se complica porque tres días después de mi cumpleaños se cumplen años del deceso de Verónica, mi hermana menor.
El miércoles 4 de mayo tuve cita en psiquiatría y el evento fue bastante doloroso, pero eso en sí mismo fue afortunado, pues permitió detectar qué podía estar fallando en el tratamiento. Edith, la residente de psiquiatría que me atendió me cambió el antidepresivo, sertralina por fluoxetina y me prescribió una dosis muy alta: 40 mg diarios.
El año continuó sin muchas complicaciones, pero un evento que tuvo que ver con lo incompetente que es la ‘supervisora de aseguramiento de la calidad por diseño’ me hizo sentir mucha furia y frustración y pese a que no tuvo ninguna consecuencia, es uno de esos asuntos que permanecen en mi mente y despiertan en momentos de frustración. A finales de octubre compré una bicicleta de carreras profesional, semi nueva, y antes había comprado zapatillas de ciclismo y la conjunción de eventos se ha convertido en una motivación muy potente.
El primer día de diciembre tuve una crisis desencadenada en parte por la antes mencionada ‘supervisora de aseguramiento de la calidad por diseño’ y el modo tan estúpido como manejó un evento en el que fui excluido al no recibir un reconocimiento cuando se conmemoraba el ‘día del químico’.
Si he tenido crisis más o menos fuertes provocadas por eventos menores, no parece tener sentido suspender la medicación. Habría que buscar otra solución a mi problema de sobrepeso.
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