jueves, 1 de diciembre de 2016

Un evento de exclusión, el malestar aumenta..., y de pronto desaparece


Pasan las horas y el malestar aumenta, lejos de disminuir. Le pregunté por whats app a mi jefa directa si me habían excluido por no ser químico y me dio una respuesta que me hizo sentir peor, “no sé la razón, pudiera ser eso que tú dices”.

Le envié un mail interno a Carmelita, una compañera con la que tengo una muy buena relación de compañerismo, manifestándole lo que sentía y diciéndole que sentía el impulso de no participar en el intercambio de regalos ni asistir a la comida del departamento, eventos que se llevarán a cabo a mediados del mes de diciembre, y ella se portó muy linda argumentando que a lo mejor se les pasó, que andaban en otro mundo y pidiéndome que no me sintiera mal porque valgo mucho y que no deje de convivir con otras personas.

Bueno, eso me levanta un poco el ánimo

Y mi patología es tan brutal. No sé si este incidente es resultado de incompetencia del personal que tenía la responsabilidad de mandar los obsequios conmemorativos al día del químico (Recursos Humanos), o si simplemente se decidió darle tal obsequio a quien fuera químico y excluir a quienes no lo somos (me parece poco probable), pero realmente no me interesa la respuesta. Me hace sentir peor la insensibilidad de mi jefa, una persona con quien he tenido una buena relación de trabajo e incluso personal, pero que esta vez me ha hecho sentir peor de como ya me sentía.

Se me vienen a la mente lo que me hizo David a principios de 1998, hace cerca de 19 años, en que me despojó de mi empleo y me mandó de regreso a vivir en la inactividad y el infierno que involucra todo eso; y recuerdo también la visita de mi hermana Mónica con su esposo Jeffery en junio de 2003, que vinieron a Guadalajara a hospedarse en casa de mi madre donde vivíamos ella y yo y Mónica me insistió (casi me obligó) a ir a Puerto Vallarta para por la noche de ese domingo, agredirme verbalmente de una manera brutal obedeciendo las órdenes de su esposo, ante lo cual me levanté de la mesa en el restaurant en que nos hallábamos, para retirarme y regresar a Guadalajara al día siguiente.

Esos son dos de los recuerdos dolorosos de mi edad adulta, pero existen tantos, mi vida está caracterizada por una tremenda violencia, una de cuyas manifestaciones ha sido excluirme de la vida familiar durante todos esos años que viví completamente solo, la mayor parte del tiempo desempleado, enfermo, sin atención médica, sin un círculo social, sin pareja y en una pobreza tremenda, en el abandono.

En menos de dos semanas se cumplirán nueve años del fallecimiento de mi padre y no puedo dejar de pensar en él y no puedo dejar de recordar miles de experiencias terribles que se dieron por su incapacidad absoluta para no hacer nada que no fuera maltratar, violentar y manifestar su pobreza como ser humano. Peor es el legado que dejó, una hija muerta antes de tiempo y tres hijos muy mal preparados para enfrentar la vida, con problemas psicológicos muy graves y esperanzas mínimas de recuperación; prácticamente nulas.

Han habido momentos en que casi he llegado a sentir lástima por ese individuo violento, alcohólico, sádico, incestuoso, deshonesto y pendejo, pero el resentimiento y el odio siguen presentes porque pese a que ya se fue, dejó como representantes a otras personas para que continúen su labor destructiva, entiéndase mis hermanas Yolanda y Mónica con sus respectivos cónyuges.

Me sirve como consuelo tener conciencia de que me estoy haciendo cargo de mi madre y le estoy dando un nivel de vida bastante aceptable, de acuerdo con mis posibilidades. Mi Osito Dormilón (mi mamá) dispone de suficiente dinero para gastos de la casa y además le compro libros (novelas y libros para iluminar para adultos) con regularidad y películas en video. Ella está muy sola, pero la soledad es algo natural en las etapas más avanzadas de la vida.

Escribo esto después de haber hablado con mi jefa e indudablemente me siento mejor.

Vienen tiempos mejores

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