martes, 6 de diciembre de 2016

Preguntas que sólo el tiempo puede responder, mi hermana Yolanda


Pienso en las vidas de otras personas, de gente con las que he tenido conflicto y a quienes quisiera ver en una mala situación. Una de ellas es mi hermana Yolanda y en su caso no es tanto que quiera verla sufrir, pues pese a nuestras diferencias, el afecto que siempre he sentido por ella no se ha extinguido, sino que quisiera que abriera los ojos y el individuo despreciable con el que se casó cayera de muy alto y su imagen de víctima incomprendida se hiciera pedazos. La lógica dice que esto tiene que suceder en algún momento, pero muchas veces la vida no transcurre como debería.

Mi padre se destruyó principalmente por medio de la bebida, se le deshizo el hígado y se provocó una diabetes que lo destruyó físicamente, y el alcohol etílico le alteró el juicio y lo embruteció y lo envileció. Muchas veces me he preguntado por qué este padre infame que tuve no dio muestras de sufrimiento al observar cómo se convertía en una piltrafa humana y en cambio seguía haciendo daño como si tuviera 25 o 30 años de vida por delante.

La respuesta pudiera estar en que vivía en una burbuja en la que alteraba la realidad a su antojo, en una “psicosis” en la que cuando le convenía estaba fuera de la realidad, y cuando servía a sus propósitos estaba bien cuerdo. De la mano con esta actitud, hacía uso de la falsedad para convencerse a sí mismo y convencer a muchas otras personas de que en su vida habitaban seres malvados que le habían provocado toda la adversidad que lo llevó a convertirse en un alcohólico que eligió un método lento para quitarse la vida. Mi madre y yo éramos esas personas atroces que habían destruido su existencia.

Mi hermana Yolanda tiene cosas buenas, indudablemente no es tan vil, ruin y destructiva como lo fue nuestro padre, y sin embargo, creo que hay un paralelismo en el modo como se hace daño a sí misma. Ella no abusa del alcohol ni de ninguna sustancia, de hecho ni siquiera fuma y sus hábitos alimenticios y de higiene son razonablemente buenos. Sin embargo, el exceso de trabajo y tener conciencia, si bien reprimida, de que el tiempo pasa y la juventud se acaba y llega la madurez, que dará paso a una senectud y una muerte prematura, le provocan un sufrimiento que no puede manejar de una manera que le ayudaría a dar con la solución, es decir, no puede tomar conciencia del origen de su enorme problema y en cambio busca un chivo expiatorio a quien pueda culpar.

Sobra decir que ese chivo expiatorio soy yo. Mi padre ya se fue, en ocho días cumplirá nueve años de muerto, pero mi hermana Yolanda me necesita ahora y hace uso de mí y de mi terrible reputación, inmerecida por cierto. Eso es una vileza, pero con cada día que pase le será más difícil explicar cómo puedo ser un problema para ella si trabajo y me hago cargo de nuestra madre, y en cambio, conforme pasa el tiempo su esposo refleja más y más el aspecto del vividor que es.

Quisiera saber si en los días que vienen, en que una gran parte del mundo celebra el nacimiento del hijo de Dios, Yolanda buscará acercarse a nuestra madre.

Para saberlo sólo hace falta esperar un poco.

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