miércoles, 14 de diciembre de 2016

Mi padre falleció hace nueve años, ¿dónde está el infame?


Nacer siendo un individuo del sexo masculino con una estatura, talla y capacidad física arriba del promedio, con un talento para los números que puede ser usado para estudiar ingeniería, con buenas capacidades de concentración y una capacidad innata para plantearse objetivos y la energía necesaria para alcanzarlos.

Del lado negativo, un padre violento y sádico, una madre permisiva y con esto quiero decir que no defendió a sus hijos del maltrato físico y psíquico al que su padre los sometió y una incapacidad para evitar la sobregeneralización. Con esto último me refiero a que el individuo en cuestión dio por hecho que sus características podían hacerse extensivas al resto de los seres humanos.

En los dos párrafos anteriores me he referido a Rafael Madrid Escobedo, mi padre que un día como hoy, 14 de diciembre pero de 2007, murió en buena parte como resultado de su adicción al alcohol, de su incapacidad para dejar de hacerse daño, dejando tras de sí a su ex esposa en la pobreza, a su único hijo varón arruinado a sus 43 años, a una hija de esa misma edad (Mónica) enferma de odio y de resentimiento, a otra hija cuatro años más joven (Yolanda) con características negativas muy parecidas a las suyas, y a Verónica su hija menor, fallecida trágicamente 20 meses antes.

No soy una persona religiosa y dudo de la existencia de Dios. No puedo visualizar un infierno donde la gente que tuvo un comportamiento que dañó a otros seres humanos, o seres vivos en general, pague por lo que hizo. No sé qué hay después de la muerte y casi tengo la seguridad de que cuando fallece una persona moralmente mala, no le sucede absolutamente nada, igual que a una persona con características contrarias, una persona moralmente buena.

Posiblemente de ahí surja, por lo menos en parte, mi inclinación a vengarme de la gente que me ha hecho daño, no tengo un ser superior y pese a que sí creo en el amor y en que es más inteligente seguir las reglas y buscar la justicia, la solidaridad y la bondad, cuando se trata de vengar un agravio no puedo negar que para mí lo mejor es tomarme la justicia por mi mano.

Parece innecesario decir que hay muchas personas a quienes no podría perjudicar si me hicieran daño; sin embargo, me he topado con gente que pensó que podía hacerme daño y no tenía nada que temer de mí y más tarde o más temprano tuvo que reconocer que se había equivocado, al sufrir en carne propia los efectos de mi venganza.

Con todo esto no quiero decir que yo sea un delincuente, no lo soy. De alguna manera he aprendido algo sobre la psiquis y cuando he tratado a otra persona y he llegado a conocerla un poco, por medio de la observación he sido capaz de detectar sus debilidades, aprendiendo a detectar dónde le duele y sabiendo por lo tanto dónde pegarle, si esto llega a ser necesario.

Hace seis años mi hermana Yolanda y su familia, pasaron tres meses en la casa que perteneció a mis padres, donde hasta ese momento yo había vivido solo. Un miércoles 1 de septiembre de ese año, 2010, mi madre me dijo que las cenizas de mi padre se hallaban en una urna en una de las habitaciones de la casa. Para entonces Yolanda y su cónyuge y sus hijos ya habían regresado a la ciudad de donde vinieron. Antes de dos horas, fui a esa habitación y tomé la urna para vaciar su contenido en el retrete, en el excusado.

Mi padre me agredió tantísimas veces, sabiendo bien que yo no podía defenderme de él, primero porque era un niño que de ninguna manera habría podido con un hombre adulto; más tarde porque dependía de él, algo que por mi patología y el modo como me tocó vivir, nunca cambió. Y mientras vaciaba sus cenizas por el excusado pensé, ¿puedes hacer algo para impedírmelo, padre?

Seis años después de este acontecimiento sigue presente el resentimiento que siempre sentí por este mal individuo. Su comportamiento fue atroz y conforme pasaron los años mostró una naturaleza inmunda, ensuciando todo lo que tiene que ver con honestidad y decencia y haciéndome daño mientras se destruía lentamente.

Uno de sus comportamientos más dañinos y que más me lastimaron fue su costumbre de describirme primero como un hijo que vivía en la opulencia a costa de su sufrido padre, lo que provocaba la indignación de la legión de pendejos que lo escuchaban; más tarde, añadió a esa falsedad la versión de que yo estaba decidido a mantener mi lujoso estilo de vida negándome además a trabajar, él mismo me llamaba ‘playboy’.

Y este individuo perverso que defecaba por el hocico ya se fue y una de las razones principales por las que no puedo superar lo que me hizo es que otras personas han continuado con su labor infame, entiéndase mi hermana Yolanda y su marido Narciso mantenido y vividor, que se toma miles de ‘selfies’ y se considera un hombre excepcionalmente bello.

Platicando con mi madre, le dije que si Miguel Ángel hubiera conocido a Enrique, el esposo de mi hermana Yolanda, el David jamás habría llegado a existir. La hermosura de este lacra lo habría cegado y habría inspirado una escultura un tanto diferente, y con otro nombre.

¿Dónde está mi padre, Rafael Madrid Escobedo, fallecido hace nueve años? ¿Tiene conciencia de lo que hizo y de que sus tres hijos vivos enfrentan problemas que han alterado para mal el curso de sus vidas?

Sería justo que no hubieran tantos idiotas que lo admiraran, idiotas como Francisco Mendoza González, mi tío Paco, viudo de mi tía Susana, hermana de mi madre, y otros pendejos del lado de la familia Madrid.

En fin.

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