miércoles, 21 de diciembre de 2016

Miércoles 21 de diciembre, un evento indeseado y una conciencia dolorosa


El día de hoy, miércoles 21 de diciembre de 2016, me siento a disgusto porque me veo obligado a participar en un evento laboral que debería de ser voluntario. Consiste en un intercambio de regalos, en el que el ítem a obsequiar es una botella de vino o de licor, y la persona a la que me tocó regalarle pidió una botella de Johnny Walker red label. Cuando se me preguntó qué quería que me dieran de obsequio, respondí: vino tinto que no sea dulce, o whisky. Tengo la costumbre de esperar lo peor y temo que la persona que tiene que darme obsequio (que no sé quién es, así como no sé a quién le voy a dar) me entregue un ítem que esté muy por debajo del precio acordado, que es de 250 pesos.

Después del susodicho intercambio, nos dirigiremos a un restaurant ubicado a una distancia considerable de nuestro centro de trabajo, para el cual nos pidieron una suma de 150 pesos; entonces todo este asunto tendrá un costo de 400 pesos, o más.

Tengo buena opinión de la directora de mi departamento, pero en esta ocasión no estoy de acuerdo en absoluto con lo que decidió: hacer obligatorio este intercambio y esta comida y que además tenga un costo para nosotros. Y todo esto tiene su origen que en noviembre pasado se dieron a conocer los resultados de la encuesta de clima laboral y nuestro departamento obtuvo malas notas.

Al mismo tiempo, pienso en la Navidad que se aproxima; Noche Buena será el sábado y Navidad el domingo. El viernes 23 no trabajaré porque pedí ese día como vacaciones, al igual que el viernes 30. Así, las últimas dos semanas laborales serán de cuatro días.

A partir del año 2014 mi realidad cambió para bien. Lo mejor que sucedió ese año fue que mi hermana Yolanda y su esposo el paria se fueran de la casa llevándose a Paola, su hija mayor. No puedo decir lo mismo de Irys, mi querida sobrina que ahora tiene diez años porque a ella sí la quiero mucho y la extraño. Ese año conté con dinero que en realidad era poco, pero habituado a vivir en la pobreza, pareció mucho.

A finales de abril de 2015 fui contratado para trabajar en la empresa farmacéutica donde actualmente laboro y eso ha traído un cambio muy afortunado a mi vida. Ahora soy autosuficiente y productivo, pero mi mente sigue ocupada con la dolorosa conciencia de lo difícil e injusta que ha sido mi vida, principalmente por la violencia que inició mi padre cuando yo era un niño que no tenía la edad para pararse en el kínder, con la complicidad y participación de mi madre, y con el paso del tiempo se sumaron muchísimas personas, como mi abuelo materno y otros miembros de ambas familias, vecinos, amigos de mis padres, y con el paso del tiempo los esposos de mis hermanas Mónica y Yolanda.

Hace once años, a finales de septiembre de 2005, perdí mi trabajo en una empresa de la maquiladora electrónica donde trabajaba como operador. Esta era una ocupación denigrante, pero por lo menos vivía sin hambre. Una vez que me corrieron de esa empresa inmunda, volví a caer en una tremenda pobreza viviendo enfermo (sin tener conciencia de ello), sin atención médica, desempleado, y completamente solo. Mi padre todavía vivía (de hecho le quedaban dos años de vida en los que aprovecharía mi condición extremadamente difícil para tratar de quitarle a mi mamá la casa, que era todo lo que quedaba del patrimonio y lo único que no le había robado). Mi madre vivía en otra ciudad con mi hermana Yolanda y su familia y en esa misma ciudad vivía mi padre con su concubina y los hijos que tuvo con ella, motivándolos para que sintieran desprecio por mí y me atacaran.

Y en los últimos días del año llega la fecha celebrada por tantas personas, Navidad, que conmemora el nacimiento del hijo de Dios; y hablando de mi familia, de mis hermanas Mónica y Yolanda, que son fervientes católicas, ¿cuál fue su actitud hacia mí todas esas Navidades en que estuve completamente solo, enfermo y en la pobreza? Fue como si Oscar hubiese sido un hijo que jamás existió, no un hijo que murió, sino uno que jamás nació. Yolanda tenía muy buenos ingresos (merecidamente pues es muy trabajadora), pero seguía enojada conmigo, como si yo tuviera la culpa de que nuestro padre se hubiera destruido a sí mismo; respecto a Mónica, su situación económica era todavía mejor, pero en su corazón cristiano siguió albergando un resentimiento que con frecuencia se convierte en odio contra su hermano gemelo, con el que llegó al mundo.

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