Me siento más cercano a Yolanda que a Mónica. Ambas practican la religión católica y Yolanda es mucho más congruente, o tal vez debería decir, menos incongruente con lo que predica. Si bien no puedo negar que hay en ella muy malos rasgos de carácter, heredados de mi padre, tengo que reconocer que al mismo tiempo deja que mane de su interior un afecto y un amor genuinos. Esto lo demostró cuando se hizo cargo del hijo mayor de mi hermana Verónica, que en paz descanse como si fuera su hijo y lo sacó adelante. También recibí de ella mucha ayuda durante un periodo de tiempo muy prolongado y eso es algo que no voy a negar jamás, y si alguna vez me necesita, podrá contar conmigo.
Mónica por su parte es más religiosa que Yolanda, dedica muchas horas del domingo a los servicios junto con su esposo y sus hijos, y entre semana tiene actividades que tienen que ver con dicho culto; sin embargo lo que alberga en su corazón es resentimiento y odio. Lo mismo me sucede a mí, pero yo no soy una persona religiosa en lo más absoluto y no predico algo en lo que no creo. Ya pasaron nueve años de la muerte de mi padre y el odio que siento contra él es tan intenso como lo era el día que murió. No voy por la vida profesando el perdón porque no creo en eso, y en cambio soy muy vengativo y cuando alguien me hace algo que me provoca mucho sufrimiento, veo la manera de devolver el golpe, de preferencia con dividendos.
Mi actitud hacia mis enemigos es de resentimiento y venganza, y no lo niego ni me siento mal por eso. La actitud de Mónica es adherirse a las enseñanzas del Hijo de Dios, como pantalla, pero segregar veneno y hiel en su interior, lo que la convierte en una horrenda arpía; esto se refleja en su físico, que de por sí no es el de una mujer agraciada, pues nació fea y ha cultivado la fealdad. Su esposo le alimenta el odio y así van todos los domingos a misa, a escuchar al sacerdote, a confesarse y a comulgar, enseñándoles a sus hijos a llevar una vida de falsedad y a fingirse ovejitas, mientras aprenden a vivir como chacales.
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